miércoles, 4 de septiembre de 2013

Eutanasia ¿nos negamos a morir?

Es un tema de actualidad recurrente. Hay quienes, como Berlusconi, afirman que van a vivir 120 años ya que se van a transplantar todo lo trasplantable. Pero también hay quienes se preguntan si vale la pena seguir prolongando la esperanza de vida, si ya a los 80 te puedes convertir en una piltrafa en silla de ruedas y con pañales como si fueras un recién nacido.
Varios acontecimientos han vuelto a plantear ese tema tabú de nuestra civilización occidental: la muerte y sus circunstancias. Por mandato del sexto mandamiento durante siglos fue la carne el asunto que nos enviaba al infierno, pero desde la revolución sexual de los sesenta el único tema delicado consiste en la salida de este mundo, un tránsito lógico que sin embargo en nuestro ámbito cada uno procura ignorar como si fuese de mal gusto siquiera mencionarlo. A fin de cuentas el capitalismo hace bien en ensalzar a los jóvenes, porque son éstos los que consumen y mantienen el sistema; los viejos y los que abandonan carecen de interés.
Eutanasia significa buena muerte, y para sorpresa de muchos hasta los Oscars de Hollywood han premiado películas que plantean este asunto que poco a poco va siendo acogido en las legislaciones de algunos países. Si la muerte forma parte del proceso de la vida, deberíamos ser capaces de afrontarla como un acto natural, sin mayores dramatismos. Ningún ser vivo puede aspirar a la inmortalidad física, y por ello nuestra conciencia debiera estar alertada de antemano. Después del disfrute terrenal deberíamos mentalizarnos para pasar al otro lado dignamente; por otro lado nadie debería imponer el hecho de seguir viviendo a una persona que se encuentre en condiciones infrahumanas.
Claro que el asunto es complejo. Progresa la medicina paliativa, encaminada a mitigar los pesadumbres de un agonizante y aceptamos que se trate de aliviar el dolor de quien está a punto de salir de este mundo pero a veces alentamos el espectáculo de forzadas agonías, transmitidas casi en directo por los medios de comunicación para elogio de una idea básica: el sufrimiento, tan vinculado a la idea de culpa, a la penitencia. El encarnizamiento terapéutico, es decir la aplicación desmedida de intervenciones médicas para prolongar la vida más allá de lo razonable, es una práctica común a los dictadores, desde Franco a Tito de Yugoslavia, actualmente habría que preguntarse si lo que sucede con Mandela no es también un encarnizamiento terapéutico. En el otro lado de la balanza, los casos de la norteamericana Terri Schiavo o los de la presunta sedación a terminales en el hospital de Leganés reintrodujeron el debate sobre aspectos que ya parecían aceptados por buena parte de la sociedad, bien es verdad que la hipocresía sigue siendo una tendencia humana de la que resulta difícil librarse.

6 comentarios:

  1. Divertido todos se quejan de la superpoblación de la Tierra, el asolamiento del espacio vital y natural.La deshumanización...

    Pero nos negamos a morir...

    blog-rosariovalcarcel.blogspot.com

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  2. Luis, deberíamos ir inyectándonos, poco a poco, una dosis de valentía, hasta llegar a la justa y necesaria para disponer de nuestras vidas, salvo imposibilidad material.

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  3. Sí, como dice Antolín: deberíamos irnos inyectando dosis de alegre valentía para llegar lúcidos hasta el final

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  4. Quizás deberíamos ir pensando que la muerte no es sólo cerrar esta etapa sino empezar la siguiente. El problema es que no sabemos nada de lo que es la etapa siguiente. Aunque la verdad es que tampoco sabemos mucho de lo que es esta.

    Un abrazo. Luis Rodríguez

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  5. Muy bien dicho, Luis Rodríguez: apenas sabemos quienes somos en este mundo, que muchas veces parece irreal. De todos modos, ni con todas las religiones a mano sabemos afrontar la muerte.

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    1. Pues tendremos que aprender porque es lo único que tenemos seguro desde que nacemos

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