En Soweto, cerca de la casa en la que vivió el ex presidente sudafricano, ya se venden camisetas y otras prendas de vestir estampadas con el número 46664, el que lució Mandela en su traje de presidiario durante los 27 años que pasó en el infrahumano penal de Robben Island; los curiosos y fetichistas turistas que han empezado a llegar en manada a la zona a raíz de la hospitalización del líder enfermo, pueden hacerse incluso con unas botellas de vino de la Casa Mandela.
Para terminar de enrarecer el ambiente con el más absoluto desprecio hacia su figura, un grupo de familiares acaba de presentar una declaración jurada en la que aseguran que Mandela se encuentra en estado vegetativo y conectado a un respirador artificial que lo mantiene con vida. Los médicos que atienden al líder sudafricano lo han negado y el Gobierno ha reiterado que Mandela se encuentra en “estado crítico pero estable”, el mismo mensaje que viene lanzando desde hace días. En consecuencia es imposible saber en estos momentos cuál de las dos partes dice la verdad y, por tanto, si el Gobierno está alargando artificialmente la vida de Mandela de manera injustificada o si mienten los familiares por razones desconocidas pero tal vez no demasiado humanitarias.
Sea como fuere, estas repugnantes maniobras familiares en torno al lecho de muerte de Mandela no deberían merecer más allá de un par de líneas de condena y repulsa en los libros de Historia. La imagen y la figura del ex presidente sudafricano es tan gigantesca que ni siquiera la mezquindad con la que se comportan sus familiares en los últimos días de su fructífera vida puede deteriorarla en lo más mínimo. Mandela es y será siempre referencia y ejemplo para un mundo necesitado de líderes de su talla moral y humana, muy pocas veces igualada.
El hombre que se hizo abogado para luchar contra el abominable régimen del apartheid, que fue tratado como un terrorista por el indigno gobierno racista de su país, que se pasó tres décadas de su vida recluido en una cárcel de mala muerte y que, cuando salió de ella, fue capaz de perdonar y liderar la reconciliación del país y retirarse cuando consideró concluido su trabajo, proyecta desde hace tiempo una imagen inmortal para cualquier ser humano que ame la paz, la libertad y la justicia en este mundo.
Ahora que el próximo 18 de julio se cumplirán 95 años de su nacimiento, una fecha declarada por la ONU Día Internacional Nelson Mandela para recordar su legado perpetuo y los 67 años que ha dedicado a servir a los valores de la paz, hay que aplaudir las palabras dichas hoy por otro gran sudafricano, el obispo y Premio Nobel de la Paz Desmond Tutu: “No escupan a la cara de Mandela”.
(Del blog del radiofonista José Luis Díaz, Canarias Radio, www.blogdejoseluis-diaz.blogspot.com)
Muy buen artículo, Luis. Totalmente de acuerdo. Que ese continente al que de muchas maneras pertenecemos y que, como decía Amadou, está a un tiro de piedra lo tengamos siempre presente en la voz y el recuerdo del gran Nelson Mandela, y como no, del mismo Amadou.
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