Andres Sanchez Robayna (Santa Brígida, 1952) Es Premio Nacional de Traducción y Premio
Nacional de la Crítica
por su libro La Roca ,
1984. Catedrático de Literatura Española en La Laguna , fundó y dirigió las
revistas Literradura y Syntaxis.
Traducido y valorado en el exterior, constituye un referente de
la rica tradición poética de las islas.
LAS PRIMERAS LLUVIAS
La tierra de que hablo, hacia noviembre,
conoce el viento. Llega, desde el este,
hasta los arenales como un ave sedienta,
sopla las aguas negras. Esta noche
removió los postigos mal calzados
y agitó la palmera. En los cristales
chillaba como un pájaro perdido.
Dibujará en la grava algún signo remoto,
y veré casi al alba las huellas del fragor
sobre los restos del volcán, el naufragio nocturno.
Será un signo de nuestra vida, un eco,
ya inerte, de la tromba del cielo, que ignoramos,
querré leer en él, y será como unir,
nuevamente, las hojas resecas para un fuego.
¿Qué nos aguarda, puro, en el estruendo,
en el pico del ave enhebrando los mundos
de cuanto conocemos e ignoramos? Seguimos
recogiendo las hojas, y veremos
en la rama quebrada una imagen posible
del estertor del cielo, anoche, entre las nubes
aún grises a esta hora temblorosa.
Nada, ni tan siquiera el viento que rompía,
de madrugada, contra los postigos,
contra la grava, oscuro contra oscuro remoto,
podrá decir el signo, en la ignorancia.
Saber de un no saber, ni siquiera el sentido
de la ignorancia, ahora que las gotas resbalan
sobre el cristal, sobre la transparencia.
De "Fuego blanco" 1992
La tierra de que hablo, hacia noviembre,
conoce el viento. Llega, desde el este,
hasta los arenales como un ave sedienta,
sopla las aguas negras. Esta noche
removió los postigos mal calzados
y agitó la palmera. En los cristales
chillaba como un pájaro perdido.
Dibujará en la grava algún signo remoto,
y veré casi al alba las huellas del fragor
sobre los restos del volcán, el naufragio nocturno.
Será un signo de nuestra vida, un eco,
ya inerte, de la tromba del cielo, que ignoramos,
querré leer en él, y será como unir,
nuevamente, las hojas resecas para un fuego.
¿Qué nos aguarda, puro, en el estruendo,
en el pico del ave enhebrando los mundos
de cuanto conocemos e ignoramos? Seguimos
recogiendo las hojas, y veremos
en la rama quebrada una imagen posible
del estertor del cielo, anoche, entre las nubes
aún grises a esta hora temblorosa.
Nada, ni tan siquiera el viento que rompía,
de madrugada, contra los postigos,
contra la grava, oscuro contra oscuro remoto,
podrá decir el signo, en la ignorancia.
Saber de un no saber, ni siquiera el sentido
de la ignorancia, ahora que las gotas resbalan
sobre el cristal, sobre la transparencia.
De "Fuego blanco" 1992
EL VASO DE AGUA
A
Ramón Xirau
El vaso no es una medida. El vaso en pleno mediodía, el vaso es
de un cristal ligero, muy delgado, delicadeza medida, estancia bajo el sol. El
vaso de agua es un ensayo de quietud.
El sol bebe con un sorbo invisible. El sol sin uñas, quieto y
rasgado.
El vaso está en reposo bajo el sol, y bajo la mirada, erguido y
soleado. El vaso es la mirada. El vaso quieto bajo el sol rasgado.
Todo sucede en una ausencia. El vaso de agua estaba. Pero puedo
dejar de pensar en lo que miro o escucho. Puedo dejar de decir lo que me miro o
escucho. Solo existe la verja de hierro recorrida por flores perezosas, al aire
quito, la terraza a esta hora crecida y plena.
El sol confluye aquí y allá, y presencia y ausencia son formas
giratorias. En la terraza del sol quieto y vacío una hoja dibuja su sombra y
esta le devuelve su presencia, y la luz entra y sale del vaso de agua abatido
por sombras dispersas, y el sol busca pulsar cada cosa, y todo le devuelve su
ser -y cuando se detiene sobre el vaso, luz recta y presencia obediente- el
vaso no echa sombra alguna sobre la mesa de la terraza de quietud.
(De “La Roca ”,
1984)
En la hierba del cielo, o de los mundos,
el animal levanta el vuelo breve,
la cabeza incendiada, el cuerpo astuto,
la cresta reflejada por los charcos del tiempo.
Lo vi en días de luz que no regresa,
pero un niño regresa. Un niño, ahora,
cuida su pata herida junto a una casa blanca,
en el tiempo sin tiempo y en el no de la luz.
LAS NUBES
Pasan las nubes blancas. En la tierra
indescifrable, el matorral oscuro,
la fijeza del tojo. Arriba, el cuerpo errante
del cúmulo en el nudo de la luz.
Pasar, como las nubes,
los cielos arrasados del verano tardío,
atravesar la claridad, herido,
en los ojos dolor, un cardo entre las manos.
Unos versos plenos de emoción, de pensamientos y de vivencias intensas.
ResponderEliminarblog-rosariovalcarcel.blogspot.com
Muy buena selección, Luis, aunque en Gran Canaria a las abubillas le dicen pupul o algo así.
ResponderEliminarfeiiisiimos
ResponderEliminarLa abubilla o papapús. Estupenda selección de poemas, aunque siempre me chirrió el primer verso de "Las primeras lluvias".
ResponderEliminarhola
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