Por Luis García Montero, escritor
Cada
vez estoy más convencido de que es necesario introducir el sentimiento de
España en los debates sobre la economía y la política. No dudo de que el futuro
se juega en un proyecto europeo, pero se trata hoy de discutir con urgencia qué
futuro y qué Europa queremos, y para eso es imprescindible hablar de España. Me
parece una forma directa de unir la política a la vida real de los ciudadanos.
El
politólogo Tony Judt denunció los peligros que una construcción europea
precipitada y no cuidadosa podía tener para los sentimientos de solidaridad.
Los ciudadanos suelen sentir respeto y hermandad por las personas que
pertenecen a su propia comunidad. Los vínculos facilitan el impulso de saberse
responsable de los otros. Difícilmente es ajeno a nuestra dignidad y a nuestro
deseo de ayudar aquello que le ocurre a alguien incluido de manera sentimental
en nuestra familia o en nuestra sociedad. Pedir solidaridad cuando no hay esa
conciencia de comunidad viva es una quimera.
Eso
está ocurriendo en Europa. Las directrices que imponen con crueldad los poderes
de Alemania y Holanda, responsables del empobrecimiento vertiginoso de la Europa del Sur, y la forma
en la que sus bancos están haciendo negocio con la miseria de nuestros países,
sólo son posibles porque llegan de un mundo que se siente ajeno. Es la misma
mecánica del ejecutivo millonario que permanece indiferente ante el despido de
sus empleados. Los altísimos sueldos se inventaron, entre otras cosas, para
marcar diferencias entre mundos. ¿Qué tengo yo que ver con un griego o con un
español? ¿Qué tengo yo que ver con los problemas de mis trabajadores? Son las
preguntas que suelen hacerse los ricos, que nunca se plantean de dónde sacan el
dinero. Prefieren discutir en dónde se lo gastan o a quiénes están obligados a
ayudar.
La
construcción de Europa como territorio sin Estado ha sido el mayor disparate de
la historia contemporánea. Dejó a los ciudadanos en manos de los poderes
financieros y de las estrategias de la especulación. Recuperar el sentido de
Estado, de comunidad, de políticas y leyes al servicio de la gente -y no de los
bancos-, es imprescindible. Por eso hay que hablar de España como responsabilidad
cotidiana. Sólo devolviéndole a la política su rostro concreto y humano
podremos conseguir un día que Europa se preocupe de las personas desahuciadas,
de las que pierden su derecho a la sanidad o a la educación pública, de las que
no tienen posibilidad de encontrar un trabajo. Esos son los problemas reales.
Hablar
de España es también el mejor modo de denunciar la traición que el Gobierno
está cometiendo contra sus ciudadanos. Los bancos alemanes pusieron en marcha
préstamos a bajo interés para que los bancos españoles agitaran el mercado
hipotecario y animasen a todo el mundo a comprarse una vivienda. La crisis ha
hecho fracasar sus negocios. La medidas del Gobierno, que generan el paro y la
pobreza de los españoles, están pensadas para que los bancos alemanes no
pierdan el dinero de sus negocios fracasados. Eso es un acto de traición a
España.
El
Banco Central Europeo prestó dinero a bajísimo interés a los bancos y luego los
bancos compraron con ese dinero deuda española a un interés altísimo gracias a
los movimientos especulativos y a las famosas primas de riesgo. En vez de
denunciar la situación, analizar la deuda y detallar qué parte es una estafa,
qué parte se debe pagar y en qué plazos, el Gobierno recorta de un modo cruel
los servicios públicos y empobrece a su país para que los especuladores cobren
sin problemas. Eso es una traición a España. Así que conviene que los españoles
nos sintamos solidarios entre nosotros para impedir la situación de
colonialismo y saqueo que el Norte de Europa le está imponiendo al Sur. En este
momento no hay otra perspectiva más importante que la gravísima situación
económica en la que los poderes financieros han colocado a nuestra gente.
Quizá
sea una buena perspectiva para plantearse también el debate sobre la independencia
catalana. Creo en el derecho de los pueblos a decidir y defiendo un Estado
federal capaz de articular con respeto las singularidades. Esa ha sido siempre
la política de la izquierda. Pero también desde la izquierda me considero con
derecho a abrir un debate político. Es un error profundo permitir que la
identidad, como cuestión prioritaria, oculte hoy el drama de la situación
económica traidora impuesta a sus poblaciones por los gobiernos de PP y CIU.
Pese a lo que afirman alguna instancias oficiales, yo no tengo ninguna duda de
que Europa acabaría reconociendo a una Cataluña independiente. Esta Europa
neoliberal necesita gobiernos neoliberales dispuestos a traicionar a sus
ciudadanos en nombre de los bancos. Y CIU sería un aliado magnífico.
Desde
un punto de vista social, la independencia tendría consecuencias políticas
graves para todos. CIU se convertiría en el partido institucional de Cataluña,
algo así como un PRI mexicano a lo catalán, con manos libres para imponer sus
políticas a lo largo de 50 años. Y en España, de rebote, agitando banderas y
ofensas, ocurriría lo mismo con el PP. Mientras tanto los ricos de los dos
países serían más ricos, los pobres más pobres y todos estaríamos sometidos al
poder de decisión de los bancos alemanes, que son los que marcan el rumbo de un
proyecto europeo fracasado.
Luchar
contra esta situación es hoy la prioridad. Recordar que los españoles y los
catalanes están siendo traicionados a la vez por un sistema económico injusto
es una buena manera de devolverle el compromiso humano a la política. Sólo un
proyecto social claro y democrático puede devolverle una ilusión benigna a la
gente.
(Tomado de su blog en el
diario Público)
Poco compromiso humano puede abarcar la política, en cuanto somos conscientes de que la política está hecha por humanos. Hablar a niveles universales de pobres y de ricos, es hablar a nivel personal (a ras del suelo) de pobres y ricos. Lo mismo es. La diferencia la marcan unos miles de milloncetes de nada.
ResponderEliminarLo qué me va a mí (o a Pepe o a Manuel, con nombre propio) que Alemania apriete las ubres de España, cuando mi vecino lleva bebiendo de las mías toda una eternidad. Hace diez años, mi jefe (un jefe cualquiera de cualquier empresa privada) estrenaba su flamante cuatro por cuatro, llevaba a sus hijos a Disneyland y se quitaba los viernes de en medio para irse a su casita de la playa o del Rocío. ¡Para eso la empresa era suya y el jefe era él!
Hoy, resulta que la empresa ya no es suya solamente. Hoy la empresa, ¡oferta!, es de todos y hay que arrimar el hombro si queremos mantener el puesto de trabajo y salir a flote. Vaya por dios. De la noche a la mañana, todos accionistas honorarios.
¿Cómo aplicamos humanidad a la política si no ha habido nunca humanidad entre vecinos... salvo cuando las vacas vienen flojas y las ubres no dan más de sí?
Queremos armar un puzzle ahora, de pronto... Sin haber pretendido nunca (¡nunca y nadie!) prestar atención a las pequeñas piezas que individualmente lo podemos llegar a conformar algún día.
Parole, parole, parole...
Y tócamela otra vez, Sam. Que el local se queda vacío y aquí hablan un idioma que pretenden ahora hacernos entender en dos tardes.
Un cordial saludo, amigo.