lunes, 30 de julio de 2018

Soltar serpientes, los incendios, la perversidad humana

En nuestra condición se da un balanceo permanente entre el bien y el mal, debe ser una marca que llevamos incrustada en nuestros genes desde que nos consideramos humanos, somos capaces de lo mejor y de lo peor, y hubo un dios latino con dos caras enfrentadas. Pues bien: un día alguien compró una mascota que le parecía cariñosa, inteligente y bella. Hay quienes se han hecho con cachorros de león, tigre o cocodrilo para colocarlos en el césped de su jardín. En una sociedad democrática, la libertad permite tener las opciones que uno desee aunque no estaría de más ejercitar los debidos controles sobre especies potencialmente peligrosas que parecen cruzar las fronteras con bastante alegría. 
Creemos que en otros países hay más cuidado en las aduanas, en los puertos y aeropuertos, a la hora de permitir la entrada de especies potencialmente invasoras. Pues cuando alguien compra una iguana, una cotorra o una serpiente existe el riesgo de que ese alguien se aburra cualquier día de aquello que consideró un pasatiempo. Y un animal no debe ser entendido como un pasatiempo, ni como un juguete ni como un motivo de entretenimiento. Por eso puede suceder que un día ese alguien se aburra de su mascota y la abandone, o la suelte en un barranco, o en un pinar. Aquí hay un clima favorable para que crezcan muchos tipos de plantas, incluso la desgraciada aparición del rabo de gato llegaría de modo accidental y ya ha infestado buena parte de nuestro espacio; aquí pueden vivir muchos tipos de animales, incluida la ardilla majorera que también alguien trajo como una cosa simpática y ha colonizado el territorio. 
Como íbamos diciendo, alguien abandonó esa serpiente en los campos, ha habido que recabar fondos europeos y armar cuadrillas para tratar de controlar esa plaga de ofidios que se producen con gran facilidad y ahora es posible que ese alguien, o algunos compinches de ese alguien, se estén divirtiendo más todavía. Pues ahora mismo ese alguien, o los compinches de ese alguien que inicialmente compró la mascota, están sembrando la isla de estos molestos visitantes, de lo contrario no se entiende la repentina proliferación de ese animal de California en áreas distantes, incluso en zonas urbanas.
Canarias es célebre por no tener bichos dañinos al ser humano, todo lo más puede que haya algún ciempiés, algún tipo de escorpión o de araña que pueda provocar algún ligero daño, de la misma forma que hay setas venenosas. Pero aquí nunca ha habido serpientes como las que ahora proliferan a lo largo de la isla de Gran Canaria.
Nuestra tierra es tan frágil y paradisíaca que carece –o carecía– de especies malignas. También existe una enfermedad que produce la contemplación de la belleza, hay personas a las que observar una rosaleda o una escultura en la calle, una catedral gótica o un parque bien cuidado, les produce un subidón de adrenalina tal que les origina la necesidad de destruir, ejercitar actos vandálicos. De la misma forma, cuando llegan estas fechas veraniegas, cuando el calor hace mella y llegan vientos aprovechables, hay personas que se ponen en marcha. Con unas latas de gasolina se preparan para sembrar destrucción. Terrorismo ecológico puede denominarse la siembra de serpientes y la siembra intencionada de fuegos veraniegos, ya hay conatos y más que conatos en muy distintos puntos de la geografía nacional. Tiene que ver con la tendencia al vandalismo, cuyas acciones son evidentes en nuestras ciudades. Hemos visto esculturas desmochadas, fuentes machacadas, lápidas conmemorativas de algún personaje o algún hecho histórico  que han sido arrancadas de donde estaban colocadas. La enfermedad del vandalismo llega a dibujar grafitis en lugares arqueológicos. El clásico aquí estuve yo, o el feliz anuncio de que Jonathan quiere a Vanessa, que se ejecuta sin el menor respeto a los lugares.
La perversidad humana se manifiesta en otros muchos escenarios. Así, por ejemplo, con frecuencia se da la circunstancia de que personajes que en su día fueron revolucionarios para bien, por cuanto eliminaron gobiernos corruptos, lleguen a convertirse con el paso del tiempo en dictadores sanguinarios. Es lo que le ha pasado a Daniel Ortega en Nicaragua, con cuyo empuje cayó Somoza, un dictador impresentable, y que ahora, tras décadas de disfrute del poder se ha convertido él mismo en un personaje abyecto. Autor de un baño de sangre, en el colmo de la desfachatez acusa de golpistas a los opositores; su propia mujer es la vicepresidenta y los paramilitares son su fuerza de choque para golpear a las masas que ya no lo quieren. Golpistas para él son los manifestantes, pero también lo son los obispos, que piden elecciones y el cese de la violencia. Más de trescientos muertos quedan en las calles de este país tan poco afortunado sin que la presión de la opinión pública internacional, sin que la ONU ni la OEA ni otras instituciones, consigan enmendar tales desafueros. Puede parecer inevitable establecer una comparación con otros lugares poco afortunados de la gran cuenca americana: Haití, y otros países donde se habla español y que tenemos en mente cada día. 
Hay muchos espacios donde arraigan sistemas de gobierno poco favorecedores de las mayorías, poco respetuosos con la sociedad y con el bien común. Son gobiernos de partidos únicos que difícilmente se aplicarán a evolucionar, que se estancan en las verdades inmutables que hacen tan perversa a una dictadura de izquierdas como a otra de derechas, experiencia tenemos al respecto. Ya sabemos que cuando alguien pronuncia la palabra Movimiento hay un caudillo detrás.Al hilo de los acontecimientos, una parte de la opinión pública se ha mostrado azorada por la circunstancia de que el flamante líder del Partido Popular, don Pablo Casado, amenaza con llevarnos a tiempos antediluvianos, una línea dura con aviso a navegantes, ojo con el aborto, la eutanasia ni mencionarla, palos a los separatistas, mientras, paralelamente, el turista señor Puigdemont no desea quedarse ni un metro por detrás, y por ello impone a los suyos que nada de nuevos Estatuts y nada de visitas a La Moncloa ya que lo primero de todo va a ser el frente amplio y urgente para la República y lo segundo más de lo mismo. Como los extremos se tocan, parece que aquello de las soluciones dialogadas y de buena fe van a quedarse estancadas en el cuarto de los ratones. Obcecación en unos y en otros, línea dura aquí y allá, Santiago y cierra España, que no hay para más. Ya veremos en septiembre. 
(Foto: La Vanguardia)

miércoles, 11 de julio de 2018

Rescaten niños, pero lejos



David Torres (www.publico.es)

En octubre de 1988 el mundo entero contuvo la respiración ante la agonía de cuatro ballenas grises atrapadas entre los hielos de Alaska. Durante más de dos semanas la audiencia desayunaba, almorzaba, merendaba y cenaba sin quitar los ojos de la televisión, atenta al despliegue de medios implicados en el rescate, los cuales incluyeron varios aviones C-5 Galaxy, una flota de helicópteros, otra de navíos de todos los tamaños y, finalmente, dos gigantescos rompehielos soviéticos. Fue una de las pocas ocasiones en que, en los coletazos finales de la Guerra Fría, las dos superpotencias se pusieron a colaborar ante la posibilidad de salvar vidas, aunque fuesen las vidas de unos pobres cetáceos.
Aunque uno de los animales murió, la operación resultó un completo éxito a todos los niveles, especialmente el logístico, el informativo y el mojigato. Los científicos, zoólogos y ecologistas señalaban la hipocresía de gastar millones de dólares en preservar la existencia de tres ballenas mientras se estaban cazando centenares de la misma especie por los mares de todo el planeta. Del mismo modo, el inefable Ronald Reagan elevaba una plegaria agradeciendo el afán de los trabajadores esquimales a los que había puesto a currar cortando hielo a 15 dólares la hora al mismo tiempo que su implacable política de recortes en gastos sociales había alcanzado la cifra record de 35 millones de pobres.
Treinta años después se repite la misma obra, cambiando tres ballenas grises por una docena de niños tailandeses atrapados en una cueva y el holocausto de miles de cetáceos convertidos en aceite por el naufragio silencioso de miles de niños ahogados en el Mediterráneo. La rueda de los medios gira impulsada por aquella frase falsamente atribuida a Stalin: un muerto es una tragedia, un millón de muertos es una estadística. Los espectadores somos así y no conviene removerlo mucho, de otro modo podemos acabar como el público que acudió al estreno de la aterradora farsa que le lanzó a la cara Billy Wilder en El gran carnaval, cuando un periodista sin escrúpulos (Kirk Douglas en la cumbre del cinismo) decidía montar un espectáculo circense con el rescate de un pobre hombre emparedado en una gruta.
¿Por qué nos conmovemos con la desgracia de una docena de niños tailandeses a punto de ahogarse y miramos para otro lado ante la desgracia de docenas de niños abandonados a su suerte en sus pateras? Probablemente porque los periódicos y los telediarios nos bombardean a diario con una agenda informativa que señala exactamente cuándo, dónde, cómo y qué es noticia. Chuck Tatum, el infame reportero interpretado con legendario brío por Kirk Douglas, lo explicaba muy bien cuando buscaba trabajo en un oscuro diario de Alburquerque: “Conozco los periódicos de arriba abajo. Los he escrito, editado, impreso, doblado y vendido. Hago noticias grandes y pequeñas. Y si no hay noticias, salgo a la calle y muerdo a un perro”.
Ya es triste que se perciba la tragedia inhumana de los naufragios de pateras al mismo nivel que el mordisco de un perro a un viandante. Todavía recuerdo cuando los activistas por los derechos de los animales se encontraban ante el mantra de que primero había que salvar a los refugiados. Ahora que llegó el momento de salvar a los refugiados, las mismas almas caritativas nos explican que primero hay que salvar a los pobres de nuestras ciudades. Y mientras tanto, todos delante de la tele, entre el fútbol en Rusia y el submarinismo en Tailandia, comiendo palomitas.

martes, 10 de julio de 2018

La casa vieja




A Manuel Poggio Capote

     Cuentan que en ciertas construcciones religiosas –no templos principales en cabeza de arciprestazgos, sino pequeñas construcciones en cruces de caminos, en poblados diseminados por las lomadas, agrupaciones de vecinos que se fueron vaciando por la emigración– se exhibieron ciertas señales de la orden de los templarios, que al cabo del tiempo fueron borradas por el poder eclesiástico al ser confundidas con huellas de la masonería, señales de poderes ocultos, poderes malignos, llamadas del infierno. Ello debió suceder en la primitiva ermita del caserío, la que cayó en uno de tantos incendios, consumidas las vigas de tea, la hermosa portada, ni que decir de las imágenes a las que habían venerado durante generaciones, desapareció también el pequeño local del cine donde daban películas de María Félix, Jorge Negrete y Cantinflas. Pero en lo más alto de la ladera, sobre el Camino Real y las viñas, persiste la casa que puede tener siglo y medio. Sus últimos dueños marcharon lejos, y nadie ha sido capaz de reclamarla; las huertas que tenía a su alrededor están borradas, apenas quedan vestigios de los linderos, marcados por filas de tuneras y de pitas que también han sido ahogadas por las zarzas.

      La casa que se quedó sola sobrevive engurruñada junto al aljibe y el corral donde guardaban el ganado, en sus buenos tiempos allí hubo reses, cochinos negros, cabras y mulos; como era costumbre, las gruesas paredes fueron unidas con barro, bosta de vaca y paja. Todavía es un espacio notable, aunque le faltan muchas tejas persisten algunas puertas. Antes se hacían las paredes a conciencia, eran gruesas y capaces de resistir tanto los solajeros como el granizo de enero. –¿Pero quiénes vivían aquí? –pregunté, zumbón. –Gente –dijo el campesino–. Seguro que sus bisnietos tendrían ganas de volver. Pero no pueden salir de Cuba ni reclamar las propiedades, lo impiden las leyes de allá, lo impide la gente de aquí, porque esas propiedades ya han sido inscritas a nombre de otros beneficiarios; lo perdido, perdido está, el diablo se lo llevó.
¿Quiénes habitaron aquí, me preguntaba mientras escuchaba historias de muertos que se aparecían en los barrancos, de brujas y adivinas, curanderas capaces de recitar cien oraciones distintas contra el mal de ojo y otros padecimientos, barajeras que desentrañan tus males escondidos, vaticinar el futuro. Y luces de ánimas que relampagueaban en medio de tan tenebrosa oscuridad, solo candiles y quinqués, hachos de tea para recorrer los caminos reales si surgía una necesidad con un enfermo. Y hasta la silueta evanescente de San Borondón, muchos viejos jurarían haberla contemplado a mediados del verano, el paraíso que nunca acababa de manifestarse en las cartas náuticas era solo una ensoñación, una mentira de los sentidos, una quimera que no estaba al alcance de cualquiera.

     Los hombres están acostumbrados a construir grandes objetos que pronto se disuelven en la nada más tenebrosa, sin embargo más allá de sus telarañas y de sus fantasmas ella había aprendido a resistir. Porque muchos dirían que en esas puertas mohosas, en los cuartos trasteros, en las vigas y planchas de madera, en los restos de muebles, las camas con cabezales de hierro, en los somieres de alambres retorcidos, en las paredes del fondo, en las gavetas sueltas, en los baldes y en las pipas vacías, en las cajas de tea que en su día contuvieron trigo, higos y almendras, en los sacos de yute, en el papel de periódicos removido por las ratas, en las corazas secas de las cucarachas y en las fotos amarillentas de aquella época remota permanece el aliento de la familia que un día huyó. En la cocina de carbón que gobernaba la mujer diligente, revolviendo el puchero, poniendo a calentar la plancha de hierro, preparando el potaje y el gofio escaldado, en las barricas donde guardaban con sal la carne tras la matazón, en la talla con culantrillos donde ponían el agua a refrescar. La casa asoma sobre tantos fantasmas del pasado, junto al viejo drago, cerca del molino, sus doce palos romos, despojados de las telas que los hacían girar. La contemplo sobre la ladera entre declives, rodeada de frutales que dejaron de injertarse hace mucho, aunque su floración es todavía un espectáculo. En las medianías que casi caen a pico sobre el mar todavía se ven mansiones solariegas con esqueletos de balcones, paredes de piedra revestida de cal, las compran los extranjeros. Algunos artesanos y hippies trotamundos han restaurado el edificio tradicional de la tahona, el viejo molino reconvertido en punto de venta de recuerdos. En las bajadas a la costa y en las subidas a la cumbre resisten otras con sus cubiertas de paja, por donde en tiempo de los viejos hubo nacientes, por encima del despeñadero y del rugido del mar en los roques, los tablones de madera, a dos aguas, los terrenos invadidos por la maleza. Y los tejados comidos por los bejeques, y las nubes que adoptan formas caprichosas, como si fueran naves espaciales siempre marchando hacia el horizonte.

      Sobreviven los abrevaderos igual que las cuevas en las que se han establecido las comunas; en ellas los chicos y las chicas extranjeras visten de manera descuidada, aparentan poca higiene, no tienen inconveniente en atrapar gallinas que vagabundean por los barrancos como si no tuvieran dueño ni dejan de alimentarse de frutales que –pese al abandono– todavía son capaces de dar regalos al caminante. Dicen que viven todos mesturados, como si mismamente fuesen un rebaño de cabras con machos cabríos. Mas cuando aquellas parejas se aplicaron a hacer reparaciones las edificaciones revivieron, agradecidas, hasta la fuente cercana que se había secado tiempo atrás volvió a dar un hilillo de agua transparente. Pero el hombre de la boina negra anunció que cualquier día habría desgracias: un rayo como el que había matado a su abuelo, una seca de muchos años, un diluvio que borraría los caminos y arrastraría por las barranqueras cabritos recién nacidos; porque los humanos son codiciosos, le fueron arrebatando al agua sus salidas hacia el mar y cuando se encoleriza es cortante como un hacha. Además, las cabañuelas venían revueltas; la luna aparecía tintada de rojo como el Viernes en que crucificaron a Cristo; volverían las langostas del desierto que devoran el verde, y fuegos cuyas brasas prenderán en la pinocha. Vagan perros sin dueño, pocos viejos permanecen en la comarca pero la casa resiste como piedra inexpugnable, porque en realidad ha aprendido a sobrevivir igual que un Ave Fénix, dispuesta a renacer si le conceden un poco de cariño. 

viernes, 6 de julio de 2018

Valente, visto por el italiano Stefano Pradel (entrevista de Samir Delgado)


-Con su trabajo “Vértigo de las cenizas: estética del fragmento en José Ángel Valente” ha recibido recientemente el Premio Internacional de Investigación Gerardo Diego 2018 en España. Su dedicación al hispanismo desde la universidad italiana ha marcado un referente para seguir tendiendo puentes entre ambos países desde el plano literario. Y justamente a través del poeta gallego que tras su muerte hace casi dos décadas representa una cima para la literatura europea ¿Cuál fue el origen de su acercamiento al autor de libros como Al dios del lugar o Fragmentos de un libro futuro?
-Como muchos de mi generación, empecé mi carrera universitaria sin una idea precisa de lo que iba a hacer luego (o incluso durante). En ese entonces solía leer muchas cosas distintas para satisfacer, simplemente, mis pocos pero intensos flechazos de lector a veces ingenuo. Poesía clásica de Japón y China, sobre todo, pero también mucha literatura breve (cuentos, aforismos, novelas breves). En este sentido, mi primera aproximación a lo fragmentario, y también la que me marcó de forma más contundente, se debe a William S. Burroughs y su Naked Lunch. Valente llegó más tarde, a finales del primer ciclo de mi carrera, gracias a la labor del Prof. Pietro Taravacci (catedrático de literatura española en la Università degli Studi di Trento), que en ese entonces estaba ultimando la primera antología valentiana en italiano, Per isole remote. (Poesie 1953-2000). El Prof. Taravacci me acercó con sincera pasión a Valente, guiándome y ofreciéndome los instrumentos críticos necesarios para penetrar la complejidad de un poeta que me cautivó enseguida. Y este empeño hacia la figura de Valente, que seguimos compartiendo estrechamente al día de hoy, no parece querer agotarse en vista del futuro. En un principio quedé fascinado por la poesía de su madurez, en particular No amanece el cantor y Fragmentos de un libro futuro, que me resultaba extremadamente enigmática y a la vez transparente y se acercaba considerablemente a mi forma de sentir el mundo. Esa condensación de la belleza como forma de sanear la melancolía, pero también la percepción de la labor artística como forma de anticipar y aceptar la muerte, que no había encontrado aún en otros autores. A esto hay que añadirle la escritura ensayística, que me desveló la figura de un intelectual, y de su mundo, que tiene poco análogos por riqueza, profundidad e intuición, coherente en sí mismo a pesar de tener intereses tan heterogéneos, lo cual me permitió centrar también mis intereses y adquirir cierta actitud hacia el texto poético.
-El concepto de lo fragmentario, el margen y los bordes, se han constituido en un espacio paradigmático para afrontar la comprensión del mundo de hoy en el que reina la incertidumbre para todos los ámbitos de la vida social. Desde la obra monumental del Libro de los Pasajes parisinos de Walter Benjamin hay en el método del montaje una forma suculenta de acercarse a la verdad histórica de la ciudad y la vida moderna. ¿De qué modo leyó a un poeta transfronterizo como José Ángel Valente, cuya travesía vital oscila entre lugares tan dispares como Almería o Ginebra? 
Valente, con su propia vivencia personal derivada del exilio, se coloca más allá de cualquier frontera, como usted destaca cuando dice “transfronterizo”, en un ámbito más bien Europeo en sentido amplio, que es propio de autores como Celan y Jabés, que él tanto amaba. El ‘no lugar’ del exilio, ese sentimiento compartido de desarraigo, se convierte en espacio de diálogo y comunión. En ese sentido, yo creo, habría que ver su afán de re-construir una tradición poética transnacional y transhistórica, como forma de oponerse a ciertas ideologías que reclaman ilícitamente posesión sobre algo, en este caso el arte y el lenguaje, que por su propia definición se niega rotundamente a ser poseído. Valente nos enseña que el lugar propio de la poesía es el lenguaje, y que el lenguaje, por ende, es el único lugar al cual puede pertenecer el poeta. En esto, lo fragmentario surge como forma privilegiada para reconciliar de manera -si se me permita la aparente paradoja- unitaria un pensamiento poético tan amplio como complejo y, en cierto sentido, asistemático. El fragmento supone una pérdida esencial, la ausencia de algo (de ahí que también el fragmento sea, intrínsecamente, siempre plural), y también, por su derivación genética, la memoria de un origen hacia el cual tiende incesantemente. En esta tensión hacia lo invisible y lo ausente, el fragmento instaura relaciones abiertas con todo lo que le rodea, por complementariedad, variación u oposición, señalando constantemente lo que se encuentra, inasible, fuera del alcance del lenguaje y de la razón. También habría que decir que la fragmentariedad, así como se concibe y desarrolla partir de los Románticos, es un objeto que se escapa de toda definición que no sea por vía negativa. A pesar de nuestros esfuerzos teóricos, mantiene inalterada su enigmaticidad y su radical oposición a lo sistemático, frontera última de la subversión en contra de lo que se estanca y muere, algo que me parecía ser una clave de lectura adecuada para un poeta que encarna en su escritura estos mismos valores.
-El poeta gallego aludió en sus textos ensayísticos al valor primordial del lenguaje para la condición humana, recuerdo en particular algún pasaje donde habla del jardín edénico y el surgimiento del lenguaje como acto fundacional, en el “Elogio del Calígrafo”. Siendo un estudioso de la obra de Valente ¿puede el lector de hoy -en español o cualquier otro idioma- encontrar en su corpus poético algún secreto, algo desconocido, que devuelva en plena globalización de la banalidad y el espectáculo aquella pasión por la mística y la aspiración de trascendencia que ha caracterizado su legado literario?
El tema de lo místico y de lo trascendente en Valente es, a mi ver, algo delicado y que puede, potencialmente, llevarnos a una lectura errata de su labor poética. Desconozco, naturalmente, cuales hubieran podido ser sus motivaciones más íntimas y profundas a la hora de atender, con tanta pasión y cuidado, a las obras de San Juan o de Santa Teresa, figuras que sabemos tener un peso fundamental sobre su trayectoria artística. Sin embargo, muchas veces se tacha la escritura valentiana de “misticismo”, quedándose quizás en la superficie de lo que realmente es su poesía. Desde una postura crítica, creo que su originalidad reside precisamente en haber encontrado puntos de convergencias con las literaturas místicas en el lenguaje, y haber trasladado esas mismas preocupaciones al ámbito de lo propiamente poético como forma de ver y experimentar el mundo como pura inmanencia. Por eso algunos hablan de “materialismo espiritualizado” como forma de rescatar y elevar lo matérico aboliendo esas supuestas dualidades que están muy enraizadas en nuestra cultura. En este sentido, lo erótico, que aparece ya en la poesía de madurez, encarnaría un punto donde convergen, sin contradicciones, su afán espiritual y su quehacer estético. Personalmente creo (pero en esto quizás sea yo quién esté desviado por inefables motivaciones personales) que, en definitiva, los lectores de cualquier idioma o cultura pueden encontrar, en la obra de Valente, una forma de pensar y aceptar lo inevitable de la muerte, para llegar, a través de la belleza, a una visión más auténtica del mundo y de la vida. De ahí que el acto de nombrar, tan central en la narración bíblica, sea un acto fundacional de la realidad y del hombre mismo. Lo que nos advierte Valente, en este sentido, es que precisamente por la capacidad de fundación y renovación del mundo y del individuo que tiene la palabra poética, no hay que permitir, bajo ningún concepto, que el lenguaje sea trivializado, rebajado en su potencialidad de re-descubrir la realidad y manipulado ideológicamente por el poder. Hoy en día, leer y practicar este tipo de poesía es un acto necesario de rebeldía y resistencia frente a las barbaries que nos rodean.
-Y también el arte estuvo muy presente en la configuración de la obra poética de José Ángel Valente. Todavía se pueden encontrar reliquias con poemas suyos y obras originales de artistas como Saura o Tàpies, una faceta que lo vinculó con otros autores como el poeta canario Andrés Sánchez Robayna ¿Qué papel juega el trasfondo de las relaciones entre el arte y la poesía en su vocación para investigar sobre otros autores españoles como Antonio Gamoneda? Muchas gracias
Creo que, en la trayectoria de Valente, en su búsqueda incesante de una “palabra matérica”, el acercamiento y el interés hacia las artes plásticas y a la música fuera algo connatural a su visión del acto creador. El arte, en todas sus expresiones, es gestación y nacimiento, es esperanza de nueva vida. Es también convertir lo intangible y a veces efímero del pensamiento en materia perdurable que podamos leer, tocar y compartir. Crear significa también sacrificarse a uno mismo, aprender a apartarse para que algo distinto pueda adquirir autonomía, algo que, a partir de su nacimiento, ya no nos pertenece. La palabra poética, en este sentido, no es distinta a los colores de Tàpies o al acero de Chillida, se convierte en fenómenos físicos tangibles (la vibración de la voz, la tinta sobre la página), reclamando, en su manifestación matérica, no sólo su alteridad, sino también la posibilidad de ser explorada sensiblemente. Esta atracción hacia las artes es algo que aúna, aunque bajo distintas premisas, muchos poetas españoles de la segunda mitad del siglo XX, rompiendo un poco esa compartimentación generacional que a veces se usa de forma impropia. Gamoneda, por ejemplo, cuya formación temprana mucho debe a la frecuentación de las artes plásticas, tiene exquisitez y sensibilidad a la hora de dialogar con materias distintas a la verbal, sobre todo con la música. Creo que su propia manera de entender la poesía y su relación con el mundo requiere este reconocimiento de una comunidad universal de creadores. Su atención por el ritmo y la sonoridad de la palabra poética (además de remitir a una precisa tradición que es seminal en Mallarmé), resulta parte integrante en la constitución de un hondo sistema simbólico que no deja de sorprender y emocionar. Acercarme a su obra bajo esta premisa crítica será para mí un reto a la vez que un placer, y espero me permita entender mejor una de las mayores voces líricas de nuestra contemporaneidad. 
  
(Texto enviado por Samir Delgado)

lunes, 2 de julio de 2018

La Manada, negocio para las televisiones


Dentro de la sucesión de acontecimientos contradictorios y sorprendentes que aparecen un día sí y otro también en la vida nacional, la salida de prisión de los cinco miembros de La Manada ha vuelto a irritar a una buena parte de la sociedad. Pero más nos irritaremos cuando a estos imbéciles los veamos en los programas de máxima audiencia de las televisiones, en vivo y en directo, con los tertulianos de aquí y de allá, ganando todos sus buenos dineros, los patrocinadores, los presentadores, los susodichos infames. Vivimos en una sociedad exhibicionista que busca y premia el morbo, lo importante es divulgar las miserias de cada cual, cuanto más intensa es la descripción resulta mucho mejor, más vendible, más atractiva. Lo hemos contemplado en ocasiones similares: la basura mediática es un volcán que lo arrasa con todo, por eso hay programas especiales, explotación de emociones y sentimientos, aprovechamiento de la tragedia, ración cotidiana de carnaza televisiva, incidencias sexuales, episodios de violencia, rumores y cuchicheos, presuntas infidelidades de esta con el de más allá, devaneos de los famosos, tonterías de las supuestas celebridades. En definitiva: todo vale con tal de conseguir audiencias. No existe en nuestro país un código ético audiovisual, por ello todo está autorizado. Lo que hace Berlusconi en España no puede acometerlo en sus televisiones de Italia, pero aquí todos contentos. ¿No debe haber ciertos límites en lo que se emite o se publica?
No es de extrañar que con la glorificación de los cinco surjan docenas de imitadores, entusiastas componentes de Nuevas Manadas, que pongan en práctica el deseo de salir en los telediarios, aprovechando la sensación de impunidad que algunos juristas transmiten más de una vez con sus caprichosas decisiones; como buenos partícipes del espíritu del nuevo siglo a estos jóvenes vándalos les gusta que los vean, incluso que les admiren, les gusta pregonar sus hazañas, por eso graban sus acciones en vídeo, por eso las difunden entre sus amistades y público en general, puesto que las interpretan como heroicidades, nuevas manadas dispuestas a acorralar a quienes se pongan por delante. Vendrán pronto unos nuevos sanfermines, vendrán nuevas hogueras de San Juan, vendrán fiestas patronales con mucho alcohol por medio, el caldo de cultivo. Decíamos en otra ocasión que aquí se dictan resoluciones que aparentemente están contra el sentido común, contra la lógica, contra la apreciación de la sociedad. Somos el País del Nunca Jamás, en el que una región exige discutir de igual a igual con el Estado su propuesta de crear una república soberana, somos el país con  una legislación confusa y obsoleta en el que los jueces tanto pueden dictar un veredicto blanco como aprobar un veredicto negro.
El Gobierno manifestó su desasosiego por la decisión judicial, y los colectivos feministas no se hicieron esperar. Incluso el Consejo General de la Abogacía expresó que la decisión ha sido motivo de grave inquietud; lo más perjudicial es el mensaje que esta decisión lanza hacia las mujeres. Con todo este panorama, la víctima de los hechos ha escrito una carta a una presentadora de Tele 5 para alzar la voz y llamar a la ciudadanía a denunciar las violaciones y así evitar que los delincuentes salgan victoriosos. “No os quedéis callados. Porque si lo hacéis, les estáis dejando ganar a ellos”, dice el escrito, y anima a las víctimas a explicar lo sucedido, “a un amigo, a un familiar, a un policía… Se puede salir. Pensaréis que no tenéis fuerzas para luchar, pero os sorprendería saber la fuerza que tenemos los seres humanos.” Para Amalia Fernández, presidenta de la asociación de Mujeres Juristas Themis, el mensaje de la puesta en libertad es lamentable. Porque estos sujetos se vanagloriarán de su actuación y la respuesta que van a tener. Las víctimas de agresiones similares darán un paso atrás, no se atreverán a denunciar. Y desde la Fundación Mujeres se estima que la decisión del ilustre tribunal refuerza la apariencia de impunidad, y ello perjudica a la seguridad y la libertad sexual de las mujeres en nuestro país.
Para nuestra sorpresa, en una cena con amigos en nuestra casa una autoridad de la Audiencia de Las Palmas manifestó que, de acuerdo con lo que consta en el proceso, las pruebas obtenidas, las declaraciones, las fotos, los vídeos, etc. puede estimarse que no hubo violación y que, por tanto, la sentencia debería inclinarse más por la absolución que por la condena. Claro que es difícil imaginar que cinco hombres corpulentos introduzcan a una chica en un portal por su propia voluntad, y que esta acepte encantada participar en sus rituales. Estos análisis, tan polémicos, nos llamaron la atención. Algunos pueden argumentar que la mayor parte de los ciudadanos no tengamos suficientes elementos de juicio, desconocemos el contenido del proceso judicial, y desde esta óptica puede estimarse que todo el mundo habla pero sin basarse en pruebas ni en testimonios, simplemente por lo que dicen los protagonistas o los medios de comunicación. Desde este punto de vista, se habla por hablar, sin conocimiento de causa. Lo que también está claro es que, pese a deficiencias y errores, hay que respetar la división de poderes. No en vano el poder judicial es esencial para una convivencia democrática.
En apariencia, hay jueces que llevan a las sentencias sus prejuicios, incluso sus criterios machistas. Falta perspectiva, las reglas del juego son pérfidas, perpetúan las discriminaciones, el patriarcado del antiguo régimen, es decir, de la dictadura. Se ignora el papel que la mujer está desempeñando en el nuevo siglo, su lucha por la igualdad, por afirmarse en un entorno hostil. La Justicia en nuestro país es con frecuencia injusta, por lenta, por ineficaz, por favorecer a los que tienen más medios, por esconder a los perversos, por ser caprichosa. Cierto que la culpa también es de la legislación obsoleta, ese Código Penal remendado con parches, en el cual sería urgente hacer asomar la nueva mentalidad sobre el papel de la mujer. Tenemos democracia pero la transición no ha llegado a la Justicia por falta de recursos humanos, por falta de medios técnicos, por falta de personal especializado, por una legislación que hereda el espíritu antiguo. Además, tenemos un sistema penitenciario con tendencia a poner en la calle a los culpables cuando apenas han cumplido una pequeña parte de la condena, si estaban condenados a nueve años de prisión y solo habían cumplido dos es inadmisible lo sucedido. Hay quienes pensamos que los presuntos culpables tienen muchos beneficios, y las víctimas en general son poco apreciadas.