Hubo
un tiempo en que un hombre serio, Benito Pérez Galdós, pronunció la siguiente
frase: “Voy a irme con Pablo Iglesias. El y su partido son lo único serio,
disciplinado y admirable de la
España política”. El Partido Socialista Obrero Español vino a
suponer un rayo de esperanza para un país de caciques, clérigos, aristócratas
ociosos y militares golpistas. Hace ya cien años el PSOE estaba llamado a
ejercer un papel importante en la modernización y en la justicia social de
España.
Vistos
desde fuera, los partidos políticos son organizaciones cainitas donde lo importante
no es propiciar la renovación de las ideas sino más bien conservar el sillón y
las prebendas. Sucedió recientemente en el PS de Francia, pasa ahora en el
partido de Sarkozy, se ve que está ocurriendo en el PSOE. Después de haber
padecido al peor presidente de la democracia, el lamentable Rodríguez Zapatero,
el desplome de los socialistas en Galicia, el País Vasco y Cataluña es un fenómeno
que no le quita el sueño a los actuales dirigentes, empeñados en mantener sus
egolatrías en vez de dar paso a un debate de fondo que reconduzca la situación.
Llama
la atención, en efecto, el estado de inmovilidad, la impasibilidad del partido
y su dirección ante la crónica de sucesivos desastres anunciados, y causa
extrañeza que su secretario general, Pérez Rubalcaba, no sea capaz de convocar
el congreso y el debate que aclare la situación y, sobre todo, que dé paso a
una nueva hornada de dirigentes más comprometidos con el futuro que con el
pasado.
¿Por
qué no puede haber gente como Tomás Gómez o Carmen Chacón que pasen al primer
plano que les corresponde? ¿Por qué los que merecen el ostracismo se niegan a
marcharse a casa?
Da
la impresión de que los dirigentes son incapaces. Como si les importara un
comino la hecatombe gallega, la vasca y la catalana. Como si no quisieran ver que
nuevas y valientes formaciones como Ciutadans estén conectando con la ciudadanía
mientras ellos solo conectan con sus egoísmos particulares.
Visto
desde la calle, da la impresión de que permanecer en la cúpula dirigente de un
partido político es una buena bicoca. De ahí que nadie quiera abrir la puerta
para que entren nuevos aires. Con razón los partidos políticos están tan mal
vistos por la gente del común. Porque el problema no es solo Rubalcaba sino
toda la manada de barones, caciques y caciquillos territoriales que se niegan a
soltar el trozo de tarta que acaparan.
Con tu permiso, lo comparto en mi face...
ResponderEliminarmuy buen artículo. Pérez Galdós ahora mismo se iría con los indignados, Luis. La foto muy bien elegida, es como el eslabón perdido de Darwin, jajaja, en fin, en fin.
ResponderEliminarUn abrazo.
Antonio.