Y continúa: “No puedo fingir que la corriente dominante escucha la noticia que debo comunicarle. No puedo fingir que estoy subvirtiendo nada, puesto que cualquier lector capaz de descodificar mis mensajes subversivos no necesita oírlos. Esperar que una novela soporte el peso de toda nuestra sociedad trastornada -que ayude a resolver problemas contemporáneos- me parece un engaño típicamente norteamericano. Escribir frases de tal autenticidad que uno puede refugiarse en ellas: ¿no es suficiente? ¿No es mucho ya? El realismo trágico preserva el acceso a la tierra que hay detrás del sueño del 'pueblo elegido', a la dificultad humana que hay debajo de la facilidad tecnológica, a la tristeza que esconde la narcosis de la cultura pop: a todos esos presagios en los márgenes de la existencia.”
Hasta aquí las palabras de este escritor de 54 años ya consagrado. Como se ve, contundencia y mucha claridad. Y, tras esta explicación, hay que leer obras como Libertad, este retrato de una familia urbana, pletórica y degradada. Aciertos y errores, los excesos, el poderío del dólar, las ambiciones, la soledad, el amor, la muerte, demócratas y republicanos, el nuevo milenio que pone muchos valores patas arriba.
Una crónica repleta de vida, casi 700 páginas que pueden constituir buena lectura para este verano del año 13.
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