Porque en la vida del autor, como en la de todos, hay lucha, devastación, triunfo y fracaso. Y el autor se explaya en los momentos de sufrimiento. Como un accidente de coche que casi les cuesta la vida a su mujer y a su hija.
También hay sitio en este diario para los recuerdos del resto de su familia. Las historias de sus abuelos, la mala relación con parte de su familia materna desde que sus padres se separaron. La hipocresía, la falsedad, la envidia.
Auster rememora también sus viajes por medio mundo, la época en la que vivió en París y, desmenuza la extensa lista de las 21 casas en las que ha vivido. Detalla cómo eran las viviendas, la ciudad y el barrio en el que estaban situadas, quiénes eran sus vecinos y cómo era la relación con ellos. Su permanencia en Brooklyn, en la otra orilla de Manhattan, tan cerca de Manhattan y a la vez tan lejos.
Auster se desnuda completamente. Nos habla de sus miedos, de sus obsesiones, de sus errores, de las cosas de las que se arrepiente o se avergüenza, ya sea por haberlas hecho o, por el contrario, por no haberse atrevido a hacerlas.
Un ejercicio que nos invita a reflexionar sobre nuestra propia vida. Sobre nuestro pasado, como hace él, pero también sobre nuestro presente y nuestro futuro. Porque antes o después todos entraremos en el invierno, el tránsito definitivo.
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