Era un propósito confuso, pues generalmente es durante la programación nocturna cuando se convoca a los misterios.

La centralita de la emisora se bloqueó rápidamente. Gracias a la pericia de las telefonistas logró entrar la voz de una anciana guiada por la desesperación. Como siempre, los oyentes efectuaban una llamada, explicaban su caso y las secretarias hacían una rápida valoración sobre el interés de lo narrado para pasarlo a antena. El número desde el que cada cual efectuaba la comunicación quedaba registrado para proceder en su caso a la rellamada.

La chica dudó; en realidad no se trataba de un programa sobre personas desaparecidas. Pero algo le dijo que debía hacer la comprobación, y tal vez darle entrada.
Lo más extraño vino casi cuando terminaban. Era la voz de un chico de unos veinte años que había puesto la emisora mientras se dirigía hacia Bilbao. Su enfado era evidente: estaba muy molesto porque alguien había llamado a la radio imitando la voz de su madre, que había fallecido cuatro años atrás.
Entonces el locutor palideció, pues cuando de nuevo desde la centralita marcaron el número saltó una grabación automática explicando que no correspondía a abonado alguno.
Supo que hay voces capaces de salir a la luz sin que ellas mismas sean conscientes de cuanto les sucede. Igual que de pronto en pleno cruce de caminos te abordan rostros que ya creías olvidados. Los recuerdos se impregnan en la mente, y nadie los puede arrancar de allí, y viajarán contigo incluso cuando salgas de este lado del espejo.
Magnífico relato, narrado con maestría: una ficción dentro de la ficción, un personaje-hablante que no es consciente de su inexistencia, un personaje-oyente que cree que es realidad. Dentro de lo fantástico, mucha verosimilitud. Y mucha apertura a la imaginación, lo cual es de agradecer.
ResponderEliminarUn abrazo.
Antonio