sábado, 1 de junio de 2013

La literatura canaria en la transición

En determinadas circunstancias sociohistóricas la literatura y la creación artística suelen manifestar su vocación de disentir respecto al entorno. No siempre sucede de esta manera, por supuesto. Actualmente las manifestaciones artísticas, y por consiguiente la literatura, suelen manifestar un afán de ligereza, una concepción de respuesta efímera frente a la realidad. El pensamiento débil, la postmodernidad, la globalización, nos han traído unas propuestas eclécticas, sin ideología. Pero el arte, y la literatura más en concreto, son consecuencia de la insatisfacción humana. De la decepción que el creador siente ante su propia vida y la de quienes le rodean, de la comprobación de que la felicidad es efímera y en el transcurso de la vida abundan las circunstancias adversas. Por todo ello no fue demasiado extraño que en los últimos años del franquismo hubiese escritores que hicieron una obra militante, activa. Desde el Juan Marsé de Ultimas tardes con Teresa o Si te dicen que caí al Luis Martín Santos de Tiempo de silencio, al Rafael Sánchez Ferlosio de El Jarama. O –más allá de la generación de poetas sociales tipo Celaya, Blas de Otero, etc- la obra entera de Jaime Gil de Biedma o la de Manuel Vázquez Montalbán, por ejemplo son ejemplos típicos de transgresión y de protesta frente al régimen político que por entonces existía en España. Claro que ya en décadas anteriores hubo otros testimonios  como la novela Nada, de Carmen Laforet, o el Pascual Duarte de Camilo José Cela que cuestionaban aquella realidad gris, represiva, donde se hermanaban el omnipresente recuerdo de la guerra civil y sus consecuencias inciviles: el odio, la indiferencia y la angustia de un tiempo que no fue muy feliz.
En Canarias no hubo estrictamente una literatura opuesta al régimen franquista, pero sí que resulta digna de ser reseñada la actitud de los poetas de la generación social –Pedro Lezcano, Agustín Millares Sall- junto a la de otros intelectuales que siempre manifestaron su actitud de izquierdas, como es fue caso de Pedro García Cabrera o Domingo Pérez Minik. Las nuevas generaciones, así la Generación narrativa de los 70, siempre manifestaron su afán crítico respecto a la realidad, tal como se pudo apreciar en las primeras obras de autores como Víctor Ramírez, Luis Alemany, etc. Cada cual arrastra su sombra  y  Los puercos de Circe, claramente representativas del afán de disidencia.
La transición política, ciertamente, no se hizo merced a los escritores y a su obra sino que se fue haciendo visible desde los periódicos y las emisoras de radio. En el acelerón social de finales de los sesenta y comienzos de los años setenta los unos y las otras fueron conquistando parcelas de libertad pese a que estaba vigente la censura previa, las multas, los expedientes, los cierres de los medios, etcétera. Ese caldo de cultivo generó un deseo de cambio que fue respaldado por la institución monárquica en hábiles maniobras construidas desde dentro del propio sistema, que pasito a pasito fueron trayendo una democracia al modo occidental. Otra cosa es lo que ha sucedido después de aquellos años de ilusión.
(Foto: Pedro García Cabrera, poeta)
    

1 comentario:

  1. Muy de acuerdo con muchas cosas que dices. Yo creo que la literatura no debe abastecerse sólo de la literatura, pero tampoco debe ser un simple reflejo de lo contemporáneo. Siempre en constante revisión, siempre en constante cambio, en cuanto a forma y contenido. Como tú dices: la literatura y la vida.
    Un abrazo.

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