Lo que sucedió en Madrid aquel 10 de junio de 2003 fue uno de los mayores bofetones al sistema democrático. ¿Cómo no van a estar decepcionados los ciudadanos, que además no pueden votar listas abiertas sino que han de sujetarse a las listas cerradas de los partidos políticos, si en un santiamén concejales o diputados cambian el signo político de un gobierno regional, un cabildo o un ayuntamiento? La decepción y el enfado son mayúsculos, primero porque se traiciona el voto popular y después porque con estas y otras corrupciones la clase política se ha labrado su derecho a estar mal vista. Por supuesto que siempre hay políticos honestos, de la misma forma que hay jueces honestos. Pero existen sospechas sobre decisiones de políticos y de jueces que en su contexto resultan extrañas, y la gente no está dispuesta a tragar carretas ni carretones.
También está claro que, por más que nos pese, hacen falta líderes que conduzcan los procesos. El movimiento 15-M se ha ido desinflando precisamente por ese toque asambleario con el que nació. Los partidos políticos son un mal necesario, pero a ninguno de los partidos políticos que tenemos les interesa cambiar la normativa actual. Por eso la financiación de los partidos sigue siendo un asunto oscuro y las comisiones ilegales y los apaños están a la orden del día. En Italia cuatro tesoreros de partidos políticos han ido a la cárcel en los últimos meses.
La democracia es el mejor de los sistemas políticos que hay en el mundo. Como cosa humana, tiene multitud de defectos.
(Foto de los protagonistas de la trama madrileña de 2003)
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