
Todo esto puede llegar a ser poco inteligible. Igual que la famosa relación espacio-tiempo que manejan los matemáticos. El espacio y el tiempo son también relativos, y esa posibilidad de viajar a otros espacios y a otros tiempos se nos antoja algo tan sobrehumano que nuestra mente –algo fatigadilla por tal cúmulo de posibilidades- no logra entenderla. Pensando todo esto un anochecer Rosario Valcárcel y yo llegamos a Santo Domingo de Silos, provincia de Burgos, un monasterio con el claustro románico mejor conservado de España y una treintena de monjes que interpretan el canto gregoriano con una perfección que da gusto oírlos. Por Aranda de Duero se come un lechazo espléndido en cualquier mes del año, y también da gusto caminar estas carreteras, con la única tristeza de observar que algunos años se marchitan los cultivos. Aquí en Silos el paisaje es sobrio y severo, aunque la arboleda dibuja los bordes de su cauce el río Mataviejas lleva cuatro gotas mal contadas. Desde arriba hacia abajo y de un costado hacia el otro hay iglesias medio derruidas, pueblos abandonados y otros que se mantienen gracias a la inmigración. Escuchamos los últimos cánticos de la noche, Completas, sombras, espectros, una conjunción perfecta de voces. A la mañana siguiente madrugo para percibir el modo en que –en la iglesia en penumbra– los monjes de Silos afrontan el nuevo día. A ellos seguramente no les preocupa que dentro de unos cuantos millones de años no quede ni una mota de polvo de este instante sublime y etéreo en que elevan sus voces suaves, acompasadas, casi femeninas. Hace un tiempo una multinacional extranjera decidió grabar un disco con esas mismas voces y fueron hasta número uno en varios países. Pero a estos monjes les da igual, tal vez porque ellos mismos son eternidad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario