jueves, 17 de septiembre de 2015

5 grandes poemas de Justo Jorge Padrón: Los Círculos del Infierno

Justo Jorge Padrón es un poeta grancanario de la década de los 70. Un autor fecundo, traducido a muchos idiomas, con varios libros esenciales dentro de la poesía española contemporánea. Su palabra es intensa, dramática y visionaria. Es un poeta del deseo y del olvido, del drama del amor y el desencuentro. Entre sus libros figuran Los círculos del infierno, El abedul en llamas, Escrito en el agua, Los oscuros fuegos. Ensayista destacado, trabajó sobre la poesía nórdica, particularmente sueca y noruega, así como la narrativa islandesa. Después de concluir sus estudios en derecho, filosofía y letras en Universidad de Barcelona, regresa en 1967 a su su ciudad natal, Las Palmas, donde ejerció la profesión de abogado durante siete años. En este período entró en contacto con las nuevas promociones poéticas españolas. En 1968 fue incluido por José Agustín Goytisolo en su antología Nueva poesía española. En 1974 abandonó la abogacía para dedicarse por completo a la poesía. Dos años más tarde fue elegido por Asuntos Exteriores y el Instituto de Cultura Hispánica para representar a la nueva poesía española en una gira a través de doce países de Hispanoamérica. En 1979 participó en el IV Congreso Mundial de Poetas celebrado en Corea del Sur y en el Primer Festival de Poesía Europea en Lovaina. Sus libros han sido traducidos a más de treinta idiomas, incluso sueco, inglés, macedonio, serbocroata, ruso, albanés y búlgaro. Él mismo es traductor, principalmente de autores escandinavos. Ha logrado importantes distinciones:  Accésit al Premio Adonáis (1970), el Premio Internacional de la Academia Sueca (1972), el Premio Boscán (1973), el Premio Fastenrath de la Real Academia Española (1976), la Medalla de Oro de Bruselas (1981), la Medalla de Oro de la Cultura China (1983), el Premio Europa de Literatura (1986), el Premio Internacional de Literatura de Sofía (1988), el Premio Orfeo (1992), el Premio Canarias de Literatura (1997), el Premio Internacional de Trieste (1999) y el Premio de Poesía Senghor (2003). En 1977 recogió en Estocolmo el Premio Nobel de Literatura concedido al poeta Vicente Aleixandre, quien, por motivos de salud, no pudo asistir.
Desde el fondo del vino una mujer me invoca
 
Desde el fondo del vino una mujer me invoca
con un riesgo sinuoso. Su cuerpo se ilumina
como exaltada llama empañada de invierno,
como enterrada lluvia rompiendo sus latidos,
deshaciéndose en música envolvente,
tan desolada y bella, hasta cegarme.
El oro fascinado de su risa
me lleva hasta el delirio de celebrar su cuerpo.
Con su hechizo me invade desde el aura
de su rosa sombría, que absorbe en su corola
el absoluto tiempo que viví.
Y así, preso y errante, en su inquieto perfume
tibiamente lejano, me destierra en el vino
bajo la maldición de su recuerdo.

Eros De La Muerte
 
Crueldad, quiero tu lengua, tu inteligencia oculta
de perversión feroz y a la deriva,
contaminada en las maquinaciones
del placer que enmudece, despertando
la insidia y el peligro de tu experiencia única.
Qué enjambre de caricias en el nudo
con el que aún reclamas la posesión suprema.
Seguir, merodear de forma subrepticia
hasta ir descubriendo este delirio
atroz que se enardece por entrar y expandirse
en el fuego del daño y el desmayo.
Impaciente deseo tu cuerpo cenagoso,
maduro como el vicio que a sí mismo corrompe
con su olor a azahares ultrajados,
a estrellas que en el vino se disuelven.
En él presiento el odio que palpita
en su voltaje oscuro de noche y de marea,
por alcanzar la sangre, cuando el beso
insaciable la busca y la aniquila.
Ah, sombría violencia fascinada,
que encuentras tu destino en la tensión mortal
con que dos cuerpos duros se engastan, se penetran
hasta la raíz misma de sus limos,
allí donde la furia es la pasión
y el miedo de no ser el fulgor de la muerte.
En el amanecer te desvaneces
En el amanecer te desvaneces.
Sólo queda tu sombra entre mis manos,
una presencia de aire, anhelo y sueño y risa
que disipa su incendio consumido.
Con desesperación busco tu cuerpo,
el fugaz testimonio, ese deleite
de toda tu fragancia derramada,
cautiva todavía por mi piel.
Relumbras por mis médulas como un latido unánime,
como una ciega música que habitara en mi oído,
con su calor, su vibración de fondo,
su presencia invisible en el silencio.
Cruzo de la pasión a la demencia
persiguiendo tu espectro, el espejismo
de una imagen que asciende por la escala nocturna,
llevándote desnuda entre sus brazos.
La Sangre Irrefrenable
Avidez que descubro en mis pupilas
como fiera encerrada por un íntimo azar.
Atracción de aquel fuego, el espejismo
despliega sus arenas ante el mar del verano,
ante el vuelo de pájaros que anuncian
el diálogo furtivo de dos cuerpos.
Reino de la lascivia bajo palmas umbrosas,
ardiente brisa, música plena de los sentidos
empozada en el alma, respirada
con fruición por mis cinco salteadores dementes.
Cuántas luces se abrieron. Cuánto terso oleaje
en labios y caderas fugitivas.
Emergí de la espuma como un sol solitario.
Crucé dunas, oasis, olí sábanas tensas,
desperté los racimos más prietos y turgentes,
sentí las certidumbres que abrían estos dedos.
Allí la danza, abismo de dulzura,
y su vibrante vientre de atabal,
bebiéndose en desorden mi futuro
bajo el aire de un vértigo de estrellas.
Fui tirano y esclavo del gozo y el dolor,
de la dura nostalgia de los besos,
de la fugacidad depredadora
de cuanto vive y ama consumándose.
Desgarrado, escuché el pavor del capricho,
la impiedad que me niega o aquella en que amanezco.
Morí con convicción en tantas ocasiones
para resucitar con un vigor fragante,
y luego y luego y luego, después de tantos años,
sueño ante el mar rebelde del estío,
sueño en la juventud de un erguido deseo
y atiendo a la marea de las horas
viniendo y alejándose hacia el último páramo,
allá donde se apaga la sangre irrefrenable.
Tu Latido Es El Mío
Y luché contra el sueño y la fatiga,
contra la ira sin fin y el desarraigo.
Escudriñé, escarbé sin asomo de duda,
entre las débiles pavesas ciegas
de mi memoria por hallar un año,
un solitario día, apenas un instante
en que pude decir: jamás te amé;
mas no encontré resquicio para mentirme a solas,
para afirmar siquiera la negación más leve.
Tu latido es el mío. Allí donde comienza
ese deseo intenso al que nombramos vida,
allí, resplandeciendo en los días distintos,
en la ardiente espesura de mi asombro,
con el sí, con el no del abismo o la suerte,
silenciosa me esperas como el árbol de fuego
que sostiene esa fruta lustral de la esperanza.
Mi mirada te invoca en el presente,
en el rumbo indeciso de cualquier lejanía
de ese mar que me canta y me seduce
con los ojos vehementes del relámpago.
Eres sed del edén que no percibo
y, en los acordes hondos de tu voz,
perenne permaneces, con la música
aterida del alma y la audaz primavera,
en todas las palabras de la sangre.
 

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