El jueves 30 será un nuevo Día de
Canarias, esa celebración oficialista precedida por la emisión de anuncios
fraternales en los que se contempla la gran suerte que tenemos por vivir aquí,
en este paraíso subtropical en el que somos tan felices y comemos perdices.
Cuando estamos a punto de batir las plusmarcas de paro, depresión económica y
angustia general, nos sale al frente la consabida fecha del 30-M para
recordarnos el sonsonete de José María Aznar y quedarnos tranquilos ya que
“Canarias va bien”.
Llega el Día de Canarias con el runrún
de que ciertos pactos que sustentan ayuntamientos y cabildos se van a romper, y
es hora de preguntarse si nuestra querida clase política no tiene nada mejor
que hacer que medrar, conspirar, fomentar conciliábulos en los que solo ganan
algunos listos. Llega el Día de Canarias con la constatación de que el paro se
incrementa, el turismo está haciendo aguas desde hace meses, la conectividad
con importantes lugares emisores se está deteriorando, no hay manera de que
bajen las tasas que afectan de manera directa a los usuarios de los aeropuertos
insulares. Y con todo lo que está cayendo en la TV Canaria y en los medios de
comunicación se emiten mensajes de fraternidad y buena andanza, como si
estuviéramos ante el jolgorio del hermanamiento global.
Llega el Día de Canarias con el siempre
revitalizado pleito insular, que tanto interesa en una y otra orilla porque
distrae al pueblo llano. Llega el Día de Canarias con la sospecha de que
ciertos procesos derivados de ciertas irregularidades y de ciertos presuntos
cobros escandalosos se van aletargando en los atestados Juzgados, quizá con la
aviesa intención de que vayan caducando los plazos establecidos para dirimir
tales asuntos. Y de este modo llegue el carpetazo final que los silencie para
siempre.
Llega el Día de Canarias con la sospecha
de que nuestra sanidad es la peor del Estado Español, las listas de espera son
insoportables, el cansancio de la clase médica es ya proverbial por la falta de
recursos, del mismo modo que nuestra maltratada educación –seguimos con el
mayor índice de fracaso escolar– se derrumba. Las dos universidades –tan
alejadas del pueblo llano, tan gremiales, herméticas y anquilosadas– pierden
alumnos porque las tasas se elevan y se elevan, y hay quienes no las pueden
pagar. Los que luchan contra corriente para mantener unos mínimos de
investigación están siendo zarandeados un día sí y otro también con los
recortes que llegan siempre en forma de despidos y drásticas reducciones
presupuestarias. ¿Qué decir del profesorado, harto de reformas y más reformas
que en vez de ser consensuadas por las dos fuerzas políticas predominantes en
el Estado muestran el poder de los partidos políticos, la mediocridad y el
revanchismo de dirigentes insensibles encaminados tan solo a hacer recortes y
más recortes?
Llega el Día de Canarias con la sospecha
de que aquella Europa a la que nos incorporamos con tanto entusiasmo e
idealismo se convierte cada día más en un club de perversos negociantes. Esa
Europa tan encaminada a derribar las conquistas sociales de tantas décadas y
que se empeña en fomentar negocios para quienes tan solo piensan en mantener
sus intereses aunque vayan en contra del interés general.
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