lunes, 27 de mayo de 2013

Pirómanos

Cada verano no me queda otro remedio que pensarlo: ojalá que el fuego se lo hubiesen quedado los dioses para siempre. Ojalá que Prometeo no lo hubiera entregado a los humanos.
Me revienta saber que cada verano hay unos cuantos muy atentos a las olas de calor, a las alertas naranjas, a las previsiones de los vientos.
Me ofende escuchar el zumbido de los motores de sus camionetas cuando se disponen a salir. Siempre al atardecer.
Gasolina y mecha para recorrer los caminos, observar los rastrojos, los matorrales extremadamente secos, hace tantos años que no llueve como antes.
Al Ángel de la Guarda le pediría que defendiera los montes y las casas, pero no sé si el Ángel de la Guarda todavía escucha.
(De “Minitextos comprometidos”. Ediciones Idea)

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