Pablo Losa es un
perfeccionista que domina como pocos la instantaneidad del paisaje, el alma del
paisaje, los elementos intangibles como el viento, el salitre, la humedad, las
nubes, el sol, los nocturnos, la carga sensorial y espiritual de la naturaleza.
Modula la luz y —como un verdadero panteísta— se funde con el panorama que
pinta. En las cumbres ve un elemento de elevación, de misticismo, y en el
Atlántico la placidez y el vértigo, la calma chicha y el temporal. Bebe en
Turner, Gainsborough o Carlos de Haes, en el oficio de Carlos Morón.
Refinamiento y depuración definen su obra, con esa pátina de encanto poético,
melancolía y reflexión por el paso del tiempo que ya existía en los pintores
del paisajismo holandés. Expone en el Colegio de Abogados (San Agustín,
Vegueta) hasta el 31 de mayo.
Partiendo de su catedral de Burgos, en
los 80 nos entregó su serie Premoniciones
con el uso de una abstracción surrealista: el mar inundaba la catedral, la
piedra volcánica de Bañaderos invadía la catedral. Habría que añadir que —como
tanta gente de su generación— estuvo mucho tiempo en el seminario, iba para
cura pero, como le gustaba el elemento femenino, se vino a Canarias y eso le
produjo un deslumbramiento feliz, la exuberancia subtropical de la isla. Quién
lo vería en aquellas playas nuestras atiborradas de nórdicas en bikini, o mejor
sin bikini; allí olvidó la estepa castellana, la aridez del clima y de las
costumbres de la España interior, tan lejos del gozo del mar.
Ahora, después de 30 años en la isla, maestro
de la luz, lo vemos trabajar el pastel en capas casi como si fuera óleo. Vive
como un fraile y pinta diez horas diarias aprendiendo todos los días, como él
dice. Ha llevado nuestro paisaje a la Península y a Bélgica y tiene obra en fundaciones
y museos, en la Casa Real y en la colección de arte Dean Monroe en Washington y
Nueva York. Parece difícil que de sus tubos de pintura puedan salir estas
delicadezas, esos otoños en la cumbre, los castaños y nogales que le recuerdan
su tierra burgalesa, el mar bravo de El Confital, la placidez de Las Canteras,
la arena mojada con sus reflejos, la luminosidad del faro de Maspalomas, las
flores de mundo, los niños jugando en la arena al estilo Sorolla, la
simplicidad y belleza de sus bodegones, la delicadeza de sus desnudos, el calor
abrumador del verano junto al Bentayga, las carreteras heladas junto al Pozo de
la Nieve, las aulagas en las dunas de Corralejo, la Montaña Roja de Lanzarote o
esas fresas entre el impresionismo y el hiperrealismo en las que sorprende la definición
del plástico, los pliegues y relieves que nos recuerdan la iconografía de
Warhol. El detallismo de Losa resalta la
aparente insignificancia, impregna la escena con sus rosas de colores
explosivos o sutiles. Por supuesto que algunos de sus mejores cuadros no caben
en esta exposición, pero sí he de citar su serie dedicada a la isla de
Santorini, en Grecia, con las cúpulas azules de las iglesias, las callejas en
escalinatas que miran un mar intensamente añil.
El paisaje total de Losa supone una indagación
filosófica en la existencia, la placidez y la bravura de la vida. Un paisaje
sin seres humanos, un paisaje que se resalta en sí mismo. No es descriptivo ni
estático; al contrario, es dinámico y capta la fugacidad de la vida, el latir
oculto del tiempo que pasa.
Gracias,Luis, por darnos a conocer a los artistas que pincelan nuestra tierra canaria y el resto del planeta.
ResponderEliminarYa pueden comentar lo que les parezca sobre lo aquí expuesto, amigos y amigas.
ResponderEliminarFélix