La primera vez que la vio, en las honduras de la estación
del metro de Plaza de España, se quedó tan sorprendido que desvió la mirada.
Era una mujer joven, de unos veinticinco años, no exactamente hermosa pero sí
con un rostro sereno y una apariencia que transmitía armonía. Lucía mechas de
rubio claro en su media melena de tono castaño, arrebujada en su abrigo su
rostro se sonrosaba por el tránsito de la exagerada calefacción de los vagones
al frío del andén.
Le
llamó la atención el verde tierno de sus ojos, la esbeltez de su figura, el
indudable gusto con el que vestía. Pero lo que más le sorprendió era el fervor
con el que rezaba, avanzando entre la multitud que afronta la subida de las
profundas escaleras mecánicas de la línea 10, ese tropel de desesperados de la
hora punta, máxime cuando a las nueve van a dar por la tele un partido de
Cristiano Ronaldo frente al Bayern de Munich. Ella musitaba palabras en voz
baja mientras manejaba con destreza las cuentas de un rosario. Como si fuese en
trance, la mirada ida y casi sin mover los labios. Una autómata, pensó. Un
robot insensible, algo inconcebible para una chica joven y linda.
La
segunda vez, en la Puerta
del Sol, cruzó a su lado igual que una aparición. Llevaba una de aquellas
grandes cruces que puso de moda Madonna hacía tantos años. Se preguntó por qué
iba siempre sola, sin una amiga, sin una confidencia. Pero la abordó y en su
mediocre inglés se enteró que llevaba poco tiempo en el país y era de Gdansk. ¿Por
qué rezas?, le preguntó. Porque la humanidad es muy malvada, dijo. Se crispó
algo al expresarlo, por lo cual dedujo que la vida había sido injusta con ella.
Tal vez algún novio malévolo, quién sabe si un padre cruel. Entonces ya
entendió algo: la religión siempre es un salvavidas y resulta difícil encontrar
gente tan devota como los habitantes de Polonia.
Ellos
han sido invadidos tantas veces y han padecido tantísimas calamidades que se
han propuesto la reconciliación con Dios y de paso pretenden salvar a todo el
resto del planeta.
La tercera vez que se la
encontró en la misma línea del suburbano ya no lo pudo resistir. Desde entonces
es un oyente asiduo de Radio María. Y está a punto de formular su voto de
castidad, todo sea por no perderla.
Un relato sobre los encuentros inesperados, la vida misma..
ResponderEliminarblog-rosariovalcarcel.blogspot.com
Los encuentros son siempre mágicos. Yo tuve un encuentro con apenas 18 años que intenté transmitir en este microrrelato: http://www.elpatiodeloscangrejos.com/2009/06/te-perdi.html.
ResponderEliminar