Hace
ya mucho tiempo, un tal Karl Marx dijo que la religión era el opio del pueblo,
obstaculizaba el avance social y el progreso de las ideas. Muchos años después,
el fútbol es la religión casi universal que actúa como un bálsamo para países
desgraciados: Brasil, Argentina y ahora España dormitan bajo los trofeos
universales que han conseguido. En épocas de dictadura y de pobreza, los
suramericanos han sido felices ganando trofeos. En época de una democracia
corrupta y de una crisis económica galopante, los españoles se consuelan con el
fútbol.
Cierto
que el fútbol bien jugado puede ser un lenitivo para las masas. Las audiencias
en TV son millonarias, y la final de la
Copa del Mundo seguro que la ven hasta los talibanes de
Afganistán.
España
se ha empobrecido, España está arruinada. Pero mientras Messi y Cristiano
Ronaldo sigan metiendo goles, las penas son mucho más pequeñas.
España
está fatal pero mientras la Roja
gane los partidos importantes, aunque empate o pierda los amistosos, la gente
se sentirá muy feliz, muy realizada.
Cuando
el equipo de nuestros amores sufre una derrota, el ánimo se conturba y se
deprime. Lo dicen los psicólogos, y no les falta razón. Los lunes triunfales la
gente se toma su cervecita o su cortado con más alegría.
El
panorama está fatal, han inculpado hasta a la infanta Cristina, no se sabe si
la monarquía que tenemos resistirá mucho tiempo, nadie sabe cuándo se van a ir
Rubalcaba o Rajoy, pero ahora tenemos al triunfal Barça que casi es de todos
los españoles. Al menos hasta que caiga la independencia de Catalunya, tenemos
las genialidades de Messi, el talento pausado de Iniesta, la eficacia de Valdés.
Y en la casa blanca disfrutan galopadas feroces de Cristiano Ronaldo, aunque
siga en pena el pobre Casillas que es víctima de los celos que Mourinho le
tiene a la selección española y a él como abanderado.
¡Menos
mal que está el fútbol para no suicidarnos todavía!
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