martes, 30 de abril de 2013

1797: el auge de la novela histórica


En las letras canarias hay un buen momento de creatividad, y se manifiesta en diversos sectores: novela, poesía, ensayo, novela negra, novela histórica, novela fantástica, literatura erótica. Luis Medina Enciso, hijo del célebre El Minuto –personaje de nuestro folklore por su pertenencia a Los Sabandeños– ha escrito una novela bien documentada, densa y ligera a la vez, sobre las invasiones piráticas que se acercaron a Tenerife a finales del siglo XVIII. Como leemos en el prólogo “a finales del XVIII España era un país convulso, problemático y en clara decadencia, que se encontraba dirigido por infames regentes y aristócratas de escasas entendederas, que de manera lenta pero segura dinamitaban su posición en el mapa internacional; máxime en una época en la que la pugna entre las tres grandes potencias coloniales del planeta: Inglaterra, Francia y la propia España, estaba en su punto más alto tras la Revolución Francesa de 1789, lo que haría cambiar definitivamente el mundo tal como se conocía hasta la fecha.”
Los devaneos de la triste política española de la época –loquinarias alianzas y contraalianzas de amistad y de guerra con Francia y con Inglaterra– están en el meollo de las intentonas piráticas para adueñarse de Canarias, un punto estratégico que incentivaba la voracidad de las potencias. Hay un dicho facilón: si Tenerife hubiera dejado entrar a Nelson y no hubiera dejado entrar a Franco nuestra historia habría sido diferente.
Luis Enciso ha escrito una novela amena, con un lenguaje desenfadado, casi lenguaje barriobajero de soldadesca, descriptiva y exacta por el buen manejo de una documentación exhaustiva. Los diálogos son explícitos y ayudan a la dinámica del texto, la caracterización de los personajes funciona. 1797 Piratas del Atlántico no parece una primera novela de un autor que a los nueve años ya publicó su primera intervención pública en homenaje al naturalista de TVE Félix Rodríguez de la Fuente, el amante de los animales. Colaborador de medios digitales y tradicionales, viajero por medio mundo, el autor emprende ahora su trabajo literario con esta obra en la que exhibe su interés por la historia y las tradiciones de las islas, que durante largo tiempo ha cultivado como folklorista.
Canarias se convirtió en una escala imprescindible entre América y Europa, y el trasiego de mercancías y riquezas entre las dos orillas del Atlántico no pasó desapercibido para los piratas, de ahí que la Corona inglesa convirtiera en personajes distinguidos a los depredadores como Drake, que debilitaban los intereses del imperio español. Los británicos vinieron con afán de conquista, Canarias era ya una escala en el nuevo imperio mundial que Inglaterra estaba consolidando, pero peores que los británicos eran los piratas norteafricanos porque estos solían llevarse gente para luego pedir abultados rescates por su liberación. El propio Miguel de Cervantes padeció en sus carnes esta forma de actuación.
La hazaña del 25 de julio de 1797 mereció convertirse en uno de los Episodios Nacionales de Benito Pérez Galdós. Siempre me he preguntado por qué nuestro ilustre paisano no lo abordó, máxime cuando esto le fue solicitado explícitamente por un jovencísimo periodista llamado Manuel Delgado Barreto en el homenaje que a Galdós se le hizo en Madrid, el 9 de diciembre de 1900. El éxito de esta novela es haber sabido dinamizar la documentación existente y haberla convertido en un libro atractivo, que maneja personales reales e imaginarios, el cruce de los héroes históricos con los héroes de ficción —así Diego Correa y Juanillo el Rastrojo—, peripecias que introducen al lector en la secuencia de los acontecimientos que se vivieron antes y después de la gesta del cañón Tigre. Por nuestros ojos desfilan las fortalezas, las menguadas fuerzas tinerfeñas, los mandos y los soldados atrapados al vuelo en los campos mientras plantaban papas, el poderío de la flota invasora, las reacciones de sus oficiales y la personalidad absorbente del contralmirante Horacio Nelson, aclamado como el mayor héroe naval de Inglaterra y cuyo corazón reposa en la cripta de hombres ilustres de la catedral de San Pablo. El autor consigue buenas descripciones de cómo era Santa Cruz, de sus calles y habitantes, parece que oliéramos el mar y sintiéramos el sabor acre de la pólvora, los fogonazos de la artillería en la noche sin luna, el estruendo de los cañones, el temor y la audacia de los combatientes, la sangre de las heridas y la muerte, la elegancia de la rendición final. Las secuencias son pormenorizadas y creíbles, el texto no tira de la erudición sino que capta al lector. Luis Medina ha acertado.

1 comentario:

  1. Bueno, Luis...por el modo en que lo cuentas, tendré que hacerme con el libro..Si a ti te ha gustado, es una garantía...

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