sábado, 16 de octubre de 2021

3 poemas de Natalia Sosa (Gran Canaria, Día de las Letras Canarias 2021)

 


Muchacha sin nombre

No me llamo Natalia.

Jamás nací.

O si nací fue muerta.

El sol extendía sus primeros rayos

por una madrugada fatídica de marzo.

Mas no era yo la que su luz bebía.

Yo no existí jamás.

A lo sumo fui venas, manos, sangre,

un corazón pequeño y precintado

pero no fui jamás destinada a ser alguien.

Mi nombre, yo, Natalia,

estará inscrito en un papel cualquiera,

en labios que no saben lo que hablan,

en tardes remotísimas y ausentes,

acaso,

en el tiernísimo corazón de alguien.

Mas yo, yo no soy yo.

No soy Natalia.

 

La extranjera

Como vapor de lluvia en el asfalto,

cada paso que emprendo se hace nube.

Soy la extranjera inquieta

que por la calle huye

en busca del hotel del que ha extraviado

nominación y número,

con el miedo brotando de los labios

y aterrados los ojos por lo cierto

de saberse en el exilio sola.


Mi nombre sólo es bruma entristecida

y nadie lo pronuncia, por extraño;

ni siquiera otro amor lo ha cobijado

en la terrible hora de tu olvido.


Extranjera en las noches que me aman,

e igual que gime el aire enfurecido

—oh, tus manos levísimas que el viento me arrebata—,

si otro aliento me siega la garganta,

mi nombre y tu distancia se estremecen

desde el dolor del alma.


En cada paso, en la pasión del sexo,

en el éxtasis de Dios, en la mañana clara;

en la ira inútil e infecunda

con que me enfrento a mi morir constante,

extranjera, extranjera y extraña

me definen,

extranjera y extraña me comporto.

¡Para siempre exiliada en el país del hombre!

Para siempre la sed de tu voz ida

que susurre a mi pena: compatriota.


Frente a la isla

Mirad a esa mujer, dicen algunos,

callada frente al mar cada mañana.

Es una pobre loca soñadora,

una pobre mujer que desde siempre

soñó con ser gaviota y tener alas.

Mirad con qué insistencia se detiene

a contemplar la Isla, allá lejana.

¡Qué distante de su razón la nuestra!

 Miradme, sí, miradme.

A juicios de los hombres ya no temo.

Helados juicios

que con desdén quisieron

congelar las hogueras de mi pecho.

No los oigo. Soy una pobre loca,

mas, al fin,

mis oídos cerré a las voces vanas.

 Sólo la tristeza del mar es lo que escucho.

 Oíd…

Cada mañana me acerco a recoger

de alguna de sus huellas

los restos destrozados.

Yo sé que habrá pisado alguna orilla

y aguardo el milagro de ese instante.

 ¿Llamáis a esto locura?

Seguid vosotros, pues, con la cordura:

si loca me creéis, no me hacéis daño.


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