viernes, 8 de octubre de 2021

La pintora Valme García, en el CICCA

 


 Recuerdo a Valme en sus pequeños formatos, siempre con una nota de candor. Pintura de enfoques cercanos, una mirada tranquila y femenina sobre el paisaje insular, los asomos del mar, las ovejas, las frutas, los productos de una naturaleza idílica. Vino de Navarra y se hizo de aquí, se hizo insular. Y, a pesar de sus dolencias cardiacas, esa sensación de que muchas veces tu vida pende de un hilo, se puso a pintar en el mismo estudio de Manolo Ruiz, una pareja de creadores que se han hecho a sí mismos, caminando desde la Escuela Lujan Pérez hasta ahora, tantas décadas después. Actualmente expone una muestra antológica en el CICCA, ciudad de Las Palmas. El jueves 14 a las 7 de la tarde, mesa redonda con mi participación, Jonathan Allen y Javier Cabrera como coordinador.

Hay color y también una cierta ingenuidad desde aquellas ovejas hasta esta mirada sobre la arquitectura, el juego en el que se combinan el espacio, la perspectiva, el tiempo. La ciudad ideal, la ciudad soñada, la ciudad deseada, que no existe. Dice la pintora que en esos edificios casi herméticos se encierra un deseo de comunicarse, por eso va eliminando elementos hasta quedarse con esencias. Valme expuso en aquel Club Prensa Canaria en el que hace casi cuarenta años aparecieron muchos jóvenes creadores de entonces, y también presentamos una exposición suya en Orfila, Madrid, en la que las ovejas jugaban a esconderse. Entre los geometrismos y la naturaleza, por ahí camina la pintora. Composiciones vegetales y animales que actúan como recordatorios de una naturaleza soñada, presentida, pero siempre destruida porque la naturaleza puede ser una fiera diabólica que arrasa con todo. Y nosotros lo sabemos bien porque vivimos sobre volcanes.

Puede que la pintura de Valme tenga una apariencia humilde, tranquila. Encuadres en que figuran frutas o seres imaginarios con un trasfondo onírico, desde un Fra Angélico hacia un Klee y un Miró. La tierra era azul como una naranja, y el objeto representado se ha ido volatilizando. Puede que sea una imagen irreal del mundo y de sus criaturas, un mundo que en el que ya no cabe la utopía porque es distópico, angustiante, amenazante. Cuántas desgracias juntas en estos últimos años: incendios, pandemias, erupciones, señales de que el desastre climático es inflexible. Pero ese mundo de su memoria, habitado por pequeñas figuras de animales y de árboles y de ensoñaciones urbanas, puede contener piezas de una sinfonía casi naïf. Y será inevitable que se cuele el cielo y se cuelen el color de la tierra, una palmera, una ola, la luz, la sal, las frutas, el bosque, los edificios, la presión psicológica y la claustrofobia de la isla, la tierra crispada del malpaís, el abrazo del Atlántico. Ella escapa con sus geometrismos que siempre van cambiando de aspecto. Mundos imaginarios, otra realidad en la cual la pintora se siente a gusto. Los símbolos son importantes, tanto como el afán constructivista, una orilla de magia y misterio, un mundo de lirismo y sublimación, que transforma la mirada cotidiana.

Alumna de la Luján Pérez la estilización de su arte ha tenido bastante que ver con el magisterio de Felo Monzón, quien hablaba de un esquematismo analítico, maduro y sentido. Pintura espacial, con aparente simplicidad, pero que con su gama de color que va más allá. La transparencia posibilita una forma de escape sobre la ajada cotidianeidad, con lo cual el objeto representado se va volatilizando. Y así se llega a esta obra con elementos de la arquitectura, en la que volvemos a apreciar la calma, el silencio, la observación tranquila.

En un mundo en el cual las mujeres están ocupando espacios centrales, esta pintora se afirma como hacedora de un mundo que nos conecta con una cierta melancolía, el pasado que ya no volverá y el presente que –como dicen los budistas– hemos de vivir con una actitud de paz interior y de mejoramiento personal, con una aceptación panteísta, porque la creación está en todas partes y nosotros tan solo somos espectadores en medio de los presagios del exterminio. De cualquier forma, como elemento curativo tenemos esta pintura aparentemente simple, que no lo es, ya que encierra muchas claves y, en definitiva, busca ser apacible y bienhechora.

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