Nicolás Melini
En Canarias se ha generado
un sistema editorial propio, distinto del que se posiciona jerárquicamente en
torno a los principales suplementos de los periódicos nacionales. Se puede
estar dando que, mientras los suplementos nacionales dedican espacio a escritores
sin apenas obra o con obras de mediana calidad (hay ejemplos de reportaje de
nueva hornada muy curiosos), en Canarias haya autores publicando un libro
tras otro sin obtener la menor atención de esos suplementos. Se supone que para
corregir posibles injusticias está la crítica, que debe leer por encima de
intereses de mercado, pero los que deciden qué se critica, normalmente, son los
directores de los suplementos, que están más pendientes de las principales
editoriales, que para eso son principales (y sus aciertos les cuesta) y para
eso contratan publicidad. Esto es algo que les puede decir cualquier crítico,
algunos de ellos no están nada contentos con la situación, y a otros les viene
muy bien en según qué ocasiones para no tener que asumir la responsabilidad que
supondría estar obligados a ver un poco más allá de esas editoriales que
cuentan para los directores de los suplementos. Recuerdo un encuentro entre
varios críticos y varios novelistas en la sede del Instituto Cervantes en
Madrid –entre ellos Fernando Valls, Ricardo Menéndez Salmón, José María
Pozuelo-Yvancos, Alfons Cervera e Isaac Rosa—, y los críticos fueron muy
elocuentes en este sentido. Lástima que la crítica no esté habilitada para
abarcar, con todas las consecuencias, los aledaños del mercado.
Las conclusiones para los autores de las
islas son de Perogrullo: buscar como locos publicar en una de esas editoriales
principales (aunque parezca mentira, muchos se lo plantean, pero pocos se
mueven en esa dirección, por muy de Perogrullo que sea), o publicar en
editoriales canarias sin la menor esperanza de que la crítica se despiste por
allí (de nada sirven lamentaciones y reivindicaciones). Recordemos que José
María Millares Sall recibió póstumamente el Premio Nacional de Poesía gracias a
que su último libro salió en Calambur, una editorial de Madrid, cuando llevaba
décadas publicando su obra en Canarias. 26 libros. Lo peor es que algunos de
por aquí, del centro editorial del país, en su ceguera por pertenecer a ese
centro, aún se permitirán denostar y desdeñar a aquellos que se encuentren un
pelín “lejos” de donde ellos, en el extra radio de los anillos concéntricos que
mentalmente se hayan dibujado entorno a los suplementos y las editoriales que
cuentan. Legitimidades que no se dirimen dentro de las obras, mal asunto...
Por otro lado, es extraño que
las principales editoriales de las islas (con la excepción de Baile del
sol) editen libros solo para las islas, eso no parece que tenga mucho
sentido, publicar para un puñado de puntos de venta. Lo peor de esto es que los
libros interesantes que se publican en Canarias quedan sepultados por montañas
de libros absolutamente prescindibles, editados sin la menor esperanza de
competir en mesa de novedad alguna. Clama que fuese impensable que los editores
de las islas pudieran obtener el Premio Nacional de Poesía para José María
Millares Sall, pues si lo mereció por el libro de Calambur, seguro que lo
hubiese merecido por alguno de los anteriores. No parece que en Canarias, los
editores (los escritores tampoco) suelan preocuparse de enviar ejemplares
a los críticos y escritores prescriptores del ámbito nacional; si lo hicieran,
tal vez, a pesar del estrecho funcionamiento de los suplementos, alguno se
colaría de vez en cuando. También hay quien objeta que publicar en Canarias es
tan fácil que resulta un entorno muy poco exigente: habría tal cantidad de
escritores de todo pelaje publicando que, incluso algunos que sí podrían tener
capacidad para llevar a cabo una obra merecedora de atención, no se plantean
esta con la suficiente exigencia (ojo con eso). El problema es, por supuesto,
editorial, son las editoriales las que tienen la potestad de decidir qué se
publica y qué no. No cumplir responsablemente con esa necesaria combinación de
poder, derecho y obligación, sea por la razón que sea, supone ya de por sí una
fuerte perversión de su sentido. Algunos editores independientes peninsulares,
aun en dificultades, afirman que hacer solo 100 o 300 ejemplares de un libro no
es editar –no sería editar fabricar un número de ejemplares insuficiente, con
el que difícilmente se podría poner en circulación un libro—, y es eso lo que
están haciendo los editores de Canarias, básicamente, con la idea de vender
esos pocos ejemplares, al menudeo, entre familiares, amigos del autor y poco
más. También tienen la mayoría de los editores de las islas la fea costumbre de
publicar solo a autores de las islas, cuando lo mejor que podría pasarle a los
autores de las islas es que sus editores organizaran un buen catálogo, esto es,
que interese más allá de las fronteras de las islas, y atraiga a los mejores
escritores del exterior, también.
Si todo sigue así, y los editores
canarios no se ponen de verdad las pilas, nos encontraremos con que los autores
canarios que atisben alguna posibilidad iniciarán el camino de la emigración
editorial, porque aquello es insostenible, y veremos que desembarcan en
editoriales de Madrid y Barcelona unos cuantos autores muy poco conocidos y,
sin embargo, con muchos libros a sus espaldas –como si tuvieran que empezar de
nuevo.
[Algunos narradores nacidos en los 60 y
70 para tener en cuenta en el caso de un posible desembarco: Bruno Mesa,
Santiago Gil, Alexis Ravelo, Anelio Rodríguez Concepción, JRamallo y Javier
Hernández Velázquez] [Algunos narradores que ya se encuentran en
editoriales peninsulares: Víctor Álamo de la Rosa (Tropo), José Correa (Alba), Víctor Conde
(Minotauro)
Tomado del blog sugherir.blogspot.com, de
Nicolás Melini
Mucha razón lleva Nicolás, pero las editoriales, en muchas ocasiones, solo han pensado en el puro negocio. Ahora es una situación muy complicada para publicar pero con el mundo digital se abren muchas puertas que hay que aprovechar.
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