A pesar de los
progresos tecnológicos y del nivel de desarrollo del Primer Mundo, la
vulnerabilidad es un concepto que parece sobreañadido a las sociedades
actuales, la palabra proviene etimológicamente del latín (vulnerare) y describe
la situación de debilidad en la que se encuentran las personas ante
acontecimientos imprevistos o que no fueron gestionados de manera eficiente. En
las sociedades actuales –aparentemente cómodas y seguras, instaladas todavía en
la llamada sociedad del bienestar- sin embargo se extiende y multiplica la
vulnerabilidad, la sensación de indefensión nos acompaña cada día no solo ante
el riesgo de que surjan acciones terroristas indiscriminadas y difícilmente
predecibles sino porque también son frecuentes los desastres mal gestionados
que conducen a desgracias previsibles.
El uso del concepto
vulnerabilidad social surgió recientemente. Existen múltiples teorías sobre la
misma y la mayoría del trabajo realizado hasta ahora se centra en la
observación empírica y modelos conceptuales, así sabemos por ejemplo que un
porcentaje importante de los niños españoles han estado padeciendo y padecen
todavía una grave posibilidad de caer en la pobreza, como una de las nefastas
consecuencias de la crisis económica que todavía padecemos. La vulnerabilidad
social es en parte producto de las desigualdades sociales, es decir los
factores económicos y sociales que rigen en cada momento. Pero sin duda hay más.
Así, estiman los sociólogos que la inseguridad y el acelerado cambio social son
las circunstancias determinantes del escenario en el que nos toca vivir.
Millones de personas, no sólo de clases populares sino de clases medias
también, no pueden evitar la sensación de naufragar en algún aspecto de sus
vidas, en el laboral o en íntimo, como si hubieran perdido el control, como si
el timón no respondiera y fuera cada vez mayor la amenaza de hundirse
irremisiblemente. El modelo familiar tradicional cayó en el baúl de los
recuerdos, y una de las consecuencias es la visible disminución de la
natalidad, con la pérdida de población que tanto daño podrá hacer en el futuro
próximo. Las relaciones humanas van a ser diferentes y el individualismo va a
ser el motor esencial del comportamiento.
¿Qué relación guarda
la exclusión con la desigualdad social? ¿Qué aporta el término vulnerabilidad?
¿Cómo se redefinen estos tres conceptos cuando los colocamos sobre el plano de
la inseguridad social? Y por último, ¿cómo podemos combatirlas, cómo podemos
lograr una sociedad más justa y a la vez más segura? La desigualdad también
conduce a la exclusión social y a la vulnerabilidad, y esta palabra que nos da
escalofríos conlleva la sensación de incertidumbre que caracteriza al mundo
global. En los años 80 y 90 en nuestro país existía una sensación de
indefensión ante los continuos atentados de la banda ETA, ahora han callado las
pistolas en el País Vasco pero se extienden como manchas de aceite nuevas
vulnerabilidades. Por ejemplo, la aparición de un irreductible separatismo que
parece dispuesto a llegar hasta el final, extendiendo la crispación social,
generando nuevos ámbitos de conflicto.
Otra de las
vulnerabilidades preocupantes es la que generan en esta época del año las altas
temperaturas. Ahora que hemos entrado en el verano, conviene recordar que en el
año 2003 se vivió una de las peores olas de calor en Europa desde que existen
registros: durante la primera quincena de agosto se registraron temperaturas
entre cinco y 10 grados por encima de lo habitual para esa época. En Francia
murieron 11.435 personas, aunque algunas fuentes elevan esa cifra hasta las
18.000. En España, la cifra oficial de fallecidos fue de 141, según el
Ministerio de Sanidad, pero, de nuevo, el número difiere. El Centro Nacional de
Epidemiología afirmó que fueron 6.500 los decesos por la ola de calor, mientras
que los datos del Instituto Nacional de Estadística indicaron que las víctimas
mortales fueron casi 13.000. Hoy en día, el 30 por ciento de la población
mundial está expuesta a sufrir un calor potencialmente mortal durante 20 días
al año o más y, de no reducirse las emisiones de CO2 drásticamente, este riesgo
seguirá creciendo. Si el calentamiento global sigue su camino ascendente,
peligra incluso el diseño de las ciudades cercanas al mar.
Las noticias sobre
el cambio climático no son tranquilizadoras, sino todo lo contrario. Ojalá
China y la Unión Europea, nuevos aliados circunstanciales en la lucha
ambiental, consigan tranquilizar las aguas después de la espantada del
presidente norteamericano, un negociante instalado en la Casa Blanca dispuesto
a poner por encima de todo sus negocios y los de su familia.
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