Tengo entre mis manos la última carta de despedida que escribió Gabriel García Márquez antes de morir y no consigo retirarla entre los papeles, libros y legajos que cubren un poco desordenadamente mi extensa mesa de trabajo.
La carta de un hombre cuando va a morir es siempre patética, pero si esa carta es del humanísimo autor de “Cien años de Soledad”, créanme, hiela la sangre, al menos la mía que aún creo en el misterio de la muerte y en el misterio que hay en cada uno de nosotros, llamados a disfrutar de la vida de forma intensa y sin embargo de dejar de hacerlo llegado el momento fatídico y final.
Volver a vivir es el deseo de toda vida humana, volver a vivir no en el otro mundo sino en este, tan insobornable e inexcusable es el placer, el instinto que Dios ha grabado en nuestros corazones.
García Márquez exclama como en un alarido : “Si por un instante Dios se olvidara de que soy una marioneta de trapo y me regalara un trozo de vida, posiblemente no diría todo lo que pienso pero, en definitiva pensaría todo lo que digo”.
“Daría valor a las cosas no por lo que valen, sino por lo que significan”.
“Andaría cuando los demás se detienen, despertaría cuando los demás duermen, escucharía mientras los demás hablan, y cómo disfrutaría de un buen helado de chocolate….”
Continúa diciendo: “Pintaría con un sueño de Van Gogh sobre las estrellas un poema de Benedetti, y una canción de Serrat sería la serenata que ofrecería a la luna”.
“Convencería a cada mujer de que ella es mi favorita y viviría enamorado el amor”.
“A un niño le daría alas, pero dejaría que él solo aprendiese a volar”.
“A los viejos, mis viejos, les enseñaría que la muerte no llega con la vejez sino con el olvido”.
“He aprendido tantas cosas de ustedes, los hombres - continúa – que cuando un recién nacido aprieta con su puño por primera vez el dedo de su padre, lo tiene atrapado para siempre”. “Que un hombre únicamente tiene derecho a mirar a otro hombre hacia abajo, cuando ha de ayudarlo a levantarse”.
“Tantas cosas he aprendido, pero finalmente no habrán de servir de mucho cuando me guarden dentro de esta maleta, infelizmente me estaré muriendo….”
Añade Gabo, con esa voz grave que tenía en vida: “Siempre hay un mañana pero por si me equivoco y es hoy todo lo que nos queda, me gustaría decirte cuanto te quiero, que nunca te olvidaré”.
El mañana no le está asegurado a nadie, joven o viejo.
“Hoy puede ser la última vez que veas a los que amas, por eso no esperes más en darles una sonrisa, un abrazo, un beso, y en concederles ese último deseo.”
“Mantén a los que amas cerca de ti y diles al oído lo mucho que los necesitas, trátalos bien y tómate el tiempo de decirles “lo siento”, “perdóname “ o “gracias”· Todas esas palabras de amor que conoces”.
“Nadie te recordará por tus pensamientos secretos. Pide al Señor la fuerza y la sabiduría para expresarlos”. “Demuestra a tus amigos cuánto te importan”.
Éstas son sus últimas palabras lector querido, para ti las trascribo, antes de que iniciara ese último viaje, del que nadie – en palabras del viejo Machado -, ha de tornar.
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