Lo cierto es que las secuelas de Drácula tienen fascinado a públicos adolescentes y no tan adolescentes. El fenómeno de Crepúsculo afirma haber vendido 70 millones de copias en 38 idiomas, y ha originado ya un par de películas que también han tenido éxito instantáneo. Significan ni más ni menos que la sucesión del éxito que hace poco tuvo la serie Harry Potter. Claro que los vampiros de Stephenie Meyer son urbanos, modernos, parecen haber renunciado a la sangre humana para alimentarse de animales salvajes que cazan de noche. El éxito mediático de los vampiros en este momento se ampara también en series de TV en EEUU y en Gran Bretaña, así como series de cómics desarrolladas por el rey del terror, Stephen King.
Hay imitadores del fenómeno incluso en América Latina, así la autora Carolina Andújar ha publicado Vampyr, su primer novela. “El éxito de los vampiros radica en que en ellos lo oscuro y el magnetismo están en perfecto equilibrio. Tienen el poder sobrenatural de un mundo sombrío que a su vez insinúa un potencial ilimitado de belleza”, confiesa. Para algunos sociólogos, el nuevo éxito de los vampiros podría estar vinculado a la crisis económica. Así, vemos a los vampiros como seres acaudalados, bien vestidos, hermosos, jóvenes rutilantes, individuos que toman fuerza de otros para sostener su estilo de vida, y por ello el resto de los humanos nos sentimos tentados a emularlos. Vivimos, por tanto, una de nuestras más oscuras fantasías a través de esas historias. Clásicos o modernos, lo cierto es que en muchos países la fascinación por estos personajes no decae. Claro que Drácula sigue siendo el rey, porque es versátil y persistente. Y los nuevos Dráculas son poderosos, románticos, sensuales y apasionados, justo lo que cautiva a cualquier mujer. Por ello los vampiros parecen atraer más al sexo femenino pues el vampiro es el chico malo por excelencia, de algún modo se vincula a la idea de la tentación, lo prohibido, lo atrayente, en definitiva: el pecado.
Por si fuera poco, hay quienes creen que los vampiros encarnan nuestro deseo de poder, de obtener aventuras sexuales y emociones sin cuento, de despegar de la vida cotidiana con sus rígidas normas de control. Hay otra circunstancia que hace atrayente la figura del vampiro, pues no en vano también plantean el mito de la inmortalidad, y con todo este cóctel superan los miedos ancestrales de los humanos. Lo que también está claro es que para ganar dinero los productores de cine saben bien que necesitan historias audaces, impactantes, con muchos efectos especiales y el cultivo de atmósferas tenebrosas. Y es que el cine que hacen los norteamericanos en general sigue siendo un cine pragmático, rentable a más no poder, aunque sea recurriendo al viejo truco del vampiro. Aunque sea un cine de segunda división frente a las películas que los vejetes añoramos, toda aquella sucesión de grandísimos guiones de los años 40 y 50, lo cierto es que a los jóvenes de hoy les encanta ir al cine para ver vampiros. Y eso es justo lo que está ocurriendo, y lo que –según todos los síntomas- seguirá aconteciendo.
No comparto hacedrme eco de esta fiestecilla en España hasta que en los Estados Unidos no haya Indianos.
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