Buena la ha armado el bendito Papa de Roma al decir
que en el pesebre que acogió a María y José, cerca de Belén de Judá, porque
había “overbooking” en los alojamientos de la ciudad, no había ningún buey y ni
siquiera una mula o un burro. De todas formas, un pesebre parece un lugar poco
digno para nacer todo un Mesías. Pero esa es otra historia.
Con tal declaración, Benedicto XVI ha cambiado todos
los esquemas de las personas que cada
año montan el Belén, que ya nos habíamos acostumbrado a la estampa de esos
animalitos que daban calor a los padres y a Jesús, una vez hubo nacido.
Solamente los muy ortodoxos de las tradiciones cristianas tomarán en cuenta las
palabras del Pontífice y eliminarán a
los susodichos rumiantes del escenario. Se supone que algún animal habría en
ese alpendre ¿Pero qué pondrán a cambio? ¿Un camello?¿Una vaca? ¿Una cabra?.
Veremos si ese cambio se orientación se observa en
los nacimientos que veamos en estos días de euforia navideña, o todo quedará
como antes. Bien es cierto que la costumbre de revivir la historia de la venida
al mundo de Jesús colocando unos buey la
mula, y otros animales, surge en el
siglo XIII, cuando a San Francisco de Asis se le ocurrió hacer uno, que ha
servido de modelo para todo el mundo cristiano, o al menos al católico, más
proclive a la utilización de imágenes en sus iglesias, ritos y ceremonias.
Anteriormente no se describe qué clase de animales acompañaron a María en su
parto. San Lucas no habla de animales en su evangelio.
Hoy en día, se está siguiendo una línea que no creo
tampoco que sea muy ortodoxa, como es la de elaborar los belenes utilizando le
vestimenta típica de determinados lugares (como por ejemplo la canaria, o la de
países latinoamericanos o africanos). Si se recrea un hecho histórico ocurrido
hace dos mil año, lo lógico es que se utilicen la vestimenta adecuada al
momento.
Creo que la verdadera Navidad debe consistir en la
aceptación del mensaje de Jesús, y en poner en práctica la caridad y los buenos
deseos, pero no precisamente para esta época del año, sino toda la vida. Parece que en estos
tiempos, son el consumismo, los excesos
gastronómicos, las juergas y una ingestión etílica exagerada los que marcan las
pautas de una celebración que cada vez está más paganizada.
Mucha imagen, felicidades para todos, demasiado
derroche, mucho ruido y pocas nueces, pero cuando acabe todo esto, numerosas
personas seguirán actuando como siempre.(aunque, afortunadamente, no
todos) Es decir, olvidando que existen hermanos, seres
humanos, (ni importa de qué raza) que sufren, que pasan hambre, que son
humillados, que experimentan la crueldad de las guerras, de los malos tratos,
de las persecuciones, que carecen de la
oportunidad de mejorar su salud y sus
condiciones de vida, o que experimentan
acosos laborales o sexuales, y la
dictadura de los insensibles, de los
perversos y de los ambiciosos. Olvidaremos que ese cristianismo que se
nos ha predicado nos recomienda siempre que perdonemos (por muy grave que haya
sido el daño o la ofensa); que no nos convirtamos en jueces de los demás; que
no tengamos envidia de otros; que no murmuremos ni desprestigiemos a nadie; que
pidamos perdón cuando nos equivocamos; que no deseemos mal a nadie...
Así que no sería malo que en esta época de crisis,
de pobreza, de pérdida de valores actuemos con más moderación, con más
austeridad, con la mirada puesta, más en nuestros hermanos, que en nuestros
propios egoísmos.
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