Como
siempre, Oriente Medio echa chispas y los dictadores andan al acecho. Los
israelíes no están dispuestos a contribuir a los procesos de paz y siguen
aplastando a los palestinos, las víctimas del ayer son los verdugos del hoy.
Cerca, en Egipto, nada está claro. Todo en El Cairo es caótico y descomunal, su
tráfico, sus mercados callejeros, sus catorce millones de seres pululando en
las calles, su Ciudad de los Muertos donde encuentran acomodo tantos vivos. Los
tiempos no son buenos, y tras aquella “Primavera Árabe” que tanto ilusionó como
paso previo para extender la democracia en países tan estratégicos nadie ha
encontrado el modo de emprender la convivencia armoniosa entre las distintas
creencias.
Desde
hace milenios el Nilo dilata sus orillas para que resuciten las arenas del
desierto, de este modo se sucedían sequías y abundancias, plagas de langosta y
oropeles del faraón. Si tanto lucharon los egipcios en la calle para derrocar a
Mubarak, ahora resulta que los monarcas siempre vuelven, fortalecidos. Los
islamistas de los Hermanos Musulmanes en el poder pretenden introducir sus
leyes vengativas como máximo código, y el nuevo faraón pretende que sus
decretos sean infalibles como los del papa de Roma. De este modo, la Plaza Tahrir , que fue el
escenario de la revuelta, vuelve a los primeros planos del telediario pero
ahora es el reducto de la resistencia contra los poderes absolutos del nuevo
presidente. Debe ser que la eterna rueda de la vida siempre da vueltas para
acabar volviendo al punto de partida.
Ilustración: las últimas protestas en la plaza
Tahrir
¡Qué pena que ocurran estas cosas en un país con una de las culturas más ricas y más bellas del mundo!
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