Kevin Acosta tenía un ataque de nervios. Era un joven y
arrogante valor de las letras locales, había escrito ya tres obras y estaba a
punto de comerse el mundo. Pero ninguna de las tres estaba siendo exhibida en
la feria del libro de su ciudad, lo cual lo tenía a mal traer. Un amigo suyo,
ya curtido por tales avatares, le daba consejos. Si ningún título tuyo ha
estado presente en los puestos ello puede deberse a varias razones, trataba de
explicarle. En primer lugar, tu editorial radica en Tenerife, que casi es decir
Tegucigalpa, y desde allí los envíos tardan en llegar una enormidad. También
puede ser –supuesto número dos-
que preguntases en una de las caseta de sólo exhibición, donde no se pueden
ofertar los volúmenes, tan sólo se muestran con advertencia de ver y no tocar.
Tal vez –supuesto número tres- el editor se lleve sólo regular con alguno de
los libreros o encargados que regentan las casetas. O –caso número cuatro- que
el distribuidor no haya enviado todavía los ejemplares pero quizá lo haga la
semana que viene, si se lo recuerdas con tiempo. A lo mejor llegaron dos, y en
cuanto alguien los compró no fue posible reponerlos porque a la Feria no se puede vender
directamente. Nunca directamente, sino que es preciso pasar por caja de
librería.
-Vamos a
ver si encontramos sus textos en el depósito -le dijeron en la caseta de un
ilustre establecimiento, uno de esos pocos que aún no habían devoradas por los
grandes almacenes.
-Es que
quiero regalarle uno a mi prima –dijo, ansioso.
-El año
pasado teníamos dos ejemplares del último. A lo mejor no los tenemos porque ya
salieron. Pero no podemos reponerlos porque no nos queda espacio para las
novedades. De todas formas si viene el lunes le podremos decir algo. Y no se olvide de traer los albaranes, sin albaranes no admitimos nada.
-Pero el lunes la feria ya habrá acabado, señorita.
-Pero el lunes la feria ya habrá acabado, señorita.
-Lo siento,
caballero. Según las normas, los libros tienen que entrar por librería, no por
Feria. Porque la feria es de los libreros, no de los jóvenes caprichosos. Y en
cuanto a eso que me dice, le aclaro: si quiere estar bien exhibido, escriba
sobre los mojos o mejor aún: hágase un bestseller. Algo que conecte con el gran
público, ¿sabe usted? No esa literatura de vía estrecha sino un tema grande, un
asunto universal con un estilo ligero, sin barroquismos ni cosas raras, al
alcance de la mayoría. Porque usted sabe que la literatura regional ni es
literatura ni es nada. ¿De acuerdo? ¿Y por qué no se presenta al Planeta, eh?
De lo contrario no se lo arreglan ni en el Corte Inglés de El Sauzal.
Ante todo
ello, decidió ponerse en medio del parque con un cartelito que ponía: “Vendo mi
libro, con descuento.” Pero la organización de la feria, hábilmente alertada,
llamó a un seguritas y lo obligaron a quitar la oferta.
-Usted es
un advenedizo y está haciendo competencia desleal –le dijeron-. Los libros sólo
los vendemos nosotros.
Así que lo
mejor sería dedicarse a la vida pastoril, porque las ferias del libro son una
invitación al suicidio. Con lo bien que le habría ido vendiendo pisos o
abriendo un asadero de pollos. A ver si en la próxima reencarnación lo tiene
más claro.
(De "Los dioses palmeros", Cajacanarias, La Caja Literaria)
(De "Los dioses palmeros", Cajacanarias, La Caja Literaria)
Pura realidad, Luis.
ResponderEliminarNo te quepa duda, hermano: para algunos los escribidores de por aquí somos una mierdecilla, pero seguimos trabajando erre que erre
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