Cuando
yo era chico me aterrorizaba la luz que subía y bajaba velozmente por el Time.
El Time es un farallón, una pared que cierra el valle al oeste de la isla de La Palma , este vocablo bereber
significa lugar elevado, cordillera. La carretera que lo escala repta
penosamente desde el fondo del barranco de Las Angustias hasta seiscientos
metros de altitud. El panorama desde aquel mirador es lindo y despejado, las
montañas violetas coronadas de pinos, los cráteres de viejos volcanes y allá
abajo una buena franja del litoral, los acantilados y las playas, las
plataneras y los invernaderos, las casas de media isla.
Desde donde vivíamos -en la calle Cabo, en la parte
alta de Los Llanos de Aridane- observaba aquella luminaria misteriosa y se me
ponían los pelos de punta cuando mi padre explicaba que la luz era parte de una
leyenda. Una historia similar a la que existe en otras partes, por ejemplo la
luz de Mafasca en Fuerteventura.
Mi abuela Antonia me confesaba con toda naturalidad
tener conversaciones cuando de noche salía al patio a beber agua de la talla y
se le aparecía su hijo Gregorio que había caído en la guerra civil, allá en el
frente del Ebro. Le daba buenos consejos, le decía que se cuidara del frío en
esos montes pelados, que buscara una mujer limpia y hacendosa; él aceptaba
cuanto le decía, procuraría satisfacerla. “Guárdame la guitarra” –le decía
Gregorio. “Ahí está, sobre el velador. Nadie la toca desde que te fuiste”
–afirmaba, para que se fuese tranquilo. También me contaba que antes de casarse
había asistido a reuniones de brujas que bailaban a medianoche en Tenerra
mientras tocaban acordeón y violín, aseguraba que en efecto la luz del Time era
muy antigua y no era ilusión sino tan verdadera como la luz del sol. Ante mi
insistencia incluso me enseñó unos versos algo torpes que ella había
garrapateado en un papel de estraza con letra temblorosa por el mal de
Parkinson, y que lamento no haber conservado aunque creo que decían
aproximadamente así:
Por el Time hay un candil
que
se mueve muy deprisa,
cada
noche lo ven mil
desde
el barranco a la cima.
Algunas
almas benditas
se
buscan entre la brisa,
hacen
señas desde lejos
para
que seamos buenos
y
sepamos advertir
la
senda del porvenir.
Barro
somos, humo fuimos,
y
hacia él nos marchamos
siempre
avante caminamos.
Si
la vida es ilusión
siempre
ten buen corazón
pues
la muerte traicionera
nunca
avisa, puñetera.
Mi tierra es una isla con poetas espontáneos, la gente
tiene facilidad extraordinaria para componer décimas y por las fiestas de los
pueblos se producen desafíos entre los verseadores. Algunos se acompañan sólo
de su voz en las réplicas, aunque también los hay que ponen como fondo
instrumentos de cuerda y acordeón. Este verso rápido fue criado en Cuba y
traído por quienes emigraban.
Una noche sin luna un padre y un hijo intentaban
regresar desde Los Llanos a Tijarafe. En aquellos tiempos no existían
comunicaciones, tan sólo veredas y caminos impracticables, atajos por donde
pasaban las cabras. No había ni siquiera carretera de tierra para llegar a
aquella comarca, donde la agricultura era de secano y los campos se morían de
sed porque nadie había abierto todavía las primeras galerías.
La noche oscura les creaba más dificultades de las
previstas cuando divisaron una cruz que debía recordar a algún difunto. El
padre tuvo una idea: desmembró las maderas, las transformó en una tea con la
que lograron subir la empinada travesía.
Pero el hecho no fue en vano. Al poco tiempo en sus
faenas agrícolas el adulto cayó por un precipicio y perdió la vida. Y desde
entonces su alma busca reposo subiendo y bajando velozmente, sin cansarse. Por
eso quien lo contempla debe persignarse y rezar un padrenuestro.
Cuando fui mayor pensé que el fenómeno podría tener
distintas explicaciones lógicas. Los fuegos fatuos existen, se producen por
cadáveres en descomposición. O porque una cabra o un perro se despeñaron y en
el proceso de putrefacción se originaban esos destellos, gases que el viento
traía y llevaba de acá para acá con mucha rapidez. Fuera como fuese, lo cierto
es que el hacho del Time quedó sujeto en la memoria de una isla rural y
atrasada.
Cuando ya se extendió la electricidad por todas partes
la carretera fue asfaltada y llegó la televisión, nadie volvió a verlo. Como si
los misterios antiguos ya no desearan revelarse nunca más, o porque el mundo
está tan de patas arriba que ya no iba a entenderlos.
De “Los
dioses palmeros”, Cajacanarias. (Ilustración: el valle de Aridane, visto desde
El Time)
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