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Querido Pedro: tuve la suerte de tratarte junto con
los supervivientes de Gaceta de Arte en aquel Santa Cruz de finales de los sesenta
que conservaba sus tertulias literarias en el Sotomayor y en el bar Atlántico
junto a la Avenida
de Anaga. Con Ernesto Salcedo, director de El Día, con Enrique Lite, con Pedro
González y con Antonio Vizcaya, el grupo Nuestro Arte. Florecían los poemas de
Rafael Arozarena en el bar del parque, junto al jardín de flores.
Aquella era una ciudad con ambiente, no en vano estaban
Domingo Pérez Minik y Eduardo Westerdhal, cajero de un banco, y su mujer Maud,
con los recuerdos parisinos de Paul Eluard y Oscar Domínguez. La Tarde y El Día, aquellos
periódicos literarios (en la redacción de La Tarde conocí a Emeterio Gutiérrez Albelo).
A consecuencia de los encarcelamientos y torturas no podías
tener hijos, por eso te trajiste de Córdoba a tu sobrina Ana, que en verdad fue
tu hija. Muchas tardes pasé en tu casa de la calle Santiago Cuadrado, siempre estaba Matilde tu mujer. Incluso
tuve una relación con Ana.
Eras un modesto empleado de la Refinería , tu casa
transmitía humildad. Y al final de tus años deseabas viajar a las islas
griegas, quizá para despedirte de Homero, de Ulises, de todos los navegantes de
ese mar mitológico.
No alcanzaste el Premio Canarias, que no existía. Pero te
concedieron el Día de las Letras. Y en este pueblo de no-lectores este año
algunos ciudadanos habrán recibido algún texto tuyo en las “sueltas” de libros.
Fuiste apesadumbrado pero con esperanza. Porque meter la mano en el agua era
someterse al acoso de las islas, al enquistamiento y al recelo. Y, sin embargo,
esperabas la amistad, la paz, la patria, la humanidad, la renovación. Más allá
del silencio, aguardabas “que algún día sobre las olas aplaceradas y
tormentosas, y como fruto de un extraño árbol marino con flores de azahar
saladas, una redonda naranja pudiera aparecer.” Pues, como bien anunciaste: "Un día habrá una isla / que no sea silencio amordazado / donde mi libertad dé sus rumores / a todos los que pisen sus orillas. Solo no estoy. Están conmigo siempre / horizontes y manos de esperanza, / aquellos que no cesan / de mirarse la cara en sus heridas, / aquellos que no pierden / el corazón y el rumbo en las tormentas, / los que lloran de rabia / y se tragan el tiempo en carne viva..."
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