Matisse (1869-1954) provenía de una familia de
comerciantes. Empezó a pintar en 1890, cuando abandona sus estudios de
jurisprudencia. Se inscribe en París en la Academia de Bellas Artes, que proponía que no se
copiaran las obras de modo mimético. Matisse apuesta por la esencia y no tanto
por la apariencia de realidad fotográfica.
Para él el color es lo que da entidad a la
pintura, el color desempeña el papel del dibujo, de la perspectiva, de la
sombra, del volumen. La vida es color y lo plasma en su arte.
La supresión de sombras y su sustitución por
colores puros hace que la pintura brille más que nunca.
Matisse dibuja con el color y lo distribuye en
el espacio de modo que este quede sugerido sin que se produzcan las
deformaciones de la perspectiva.
El arte de Matisse es amable, luminoso,
apacible. Pero no por ello simplista ni ingenuo. Plenitud y serenidad,
meditación. Su obra es el resultado de orden, imaginación, disciplina y
libertad.
Lo que viene a proponer es un arte calmado que
reconforte al hombre fatigado. Su arte es un camino hacia la profundidad, el
análisis interior, el silencio.
Matisse trabaja a base de amplias áreas de
color, con lo que se muestra heredero de Gauguin. Trabaja el grumo y el
empaste, su pintura tiene un aspecto matérico.
Hacia 1908-1909 publica cartas en las que habla
de lo que él entiende por “arte”: “el pintor ya no necesita preocuparse de
detalles insignificantes, para ello está la fotografía que lo hace mejor y más
rápido. La pintura es para representar visiones interiores.
Arriba, a la izquierda, vemos La alegría de vivir, de 1905. Se conserva en un museo de Pensilvania, EEUU.
El segundo cuadro reproducido es La habitación roja, está en Copenhague.
El cuadro de cierre pertenece a su célebre serie La danza, museo del Hermitage, San Petersburgo, Rusia.
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