Para llegar a los 60 sin morir en el intento manejaremos amor,
humor, amigos verdaderos, libros, música, cine, cuadros, ilusiones contra
el pavor que transmiten los medios de comunicación, el miedo nos empobrece pero
hace millonarios a otros. Algún café, algún té, algún mate argentino-uruguayo. Una copa de vino, algún abrazo. Cena con tertulia, reivindicar las pasiones,
buen sexo. El dinero no es todo. Vale más un sendero en la montaña, una playa
con sol, una sonrisa.
En el invierno unos cuantos conocidos emprendieron el viaje, el tanatorio, el horno purificador. Tengo 62 y algunos amigos
van a cumplir 60, una edad a la que casi nadie llegaba, aun inalcanzable en los
países del Tercer Mundo. Cada jornada ha sido un regalo. Los dioses nos
regatean el placer y cuesta asumir que somos efímeros, insustanciales. Y sin
embargo es en la imperfección donde nos engrandecemos. Incluso cuando hemos
sido sublimes, no hemos dejado de ser criaturas nacidas de mujer. A los
emperadores romanos en el desfile tras una victoria les recordaban que más allá
de las coronas les aguardaba la pira funeraria.
Humanos y por lo tal limitados, hasta los mesías que hemos
adoptado desde hace milenios también son imperfectos, pues están hechos a
nuestra imagen y semejanza. Cristo, Mahoma, Buda, la legión de las múltiples deidades
de Egipto, Grecia, Roma o la
India , desde el dios-cocodrilo a Afrodita, no dejan de ser
representaciones de nuestra furia y nuestro llanto, de nuestra desazón y
nuestra espera. Recuerda, cuerpo, no sólo cuánto se te amó, / no sólo los
lechos donde estuviste echado, / sino también aquellos deseos que, por ti, / en
miradas brillaron claramente –dijo Kavafis. ¿Cómo no recordar el Yo a mi cuerpo
de Domingo Rivero? Este hermoso mundo merece ser exprimido en sus copas de luz
para ser bebidas de un largo sorbo. Da igual que estés en México D.F., Buenos
Aires, Calcuta o Las Palmas.
La vida trae derrotas y triunfos, desazones y esperanzas.
Sintámonos dichosos pues nos fue dado conocer los barrancos, los pájaros y los
caseríos, las playas y los cuerpos que alguna tarde remota nos concedieron su
estremecimiento fugaz e inolvidable. No hay que ponerse trascendental, sino
sentir el tiempo que nos vivifica y nos derrota. En la mesa atiborrada de
libros y papeles –tantas ideas sueltas, tantos borrones- la gata mezcla de
siamés y callejero se ha acomodado cerca del teclado, ignora que va a morir, ronronea
feliz y suena música barroca, la belleza que persistirá cuando ya no estemos.
Digno de Francisco de Aldana
ResponderEliminarEn fin, en fin, tras tanto andar muriendo,
tras tanto varïar vida y destino,
tras tanto de uno en otro desatino
pensar todo apretar, nada cogiendo,
tras tanto acá y allá yendo y viniendo
cual sin aliento inútil peregrino,
¡oh Dios!, tras tanto error del buen camino,
yo mismo de mi mal ministro siendo,
hallo, en fin, que ser muerto en la memoria
del mundo es lo mejor que en él se esconde,
pues es la paga de él muerte y olvido,
y en un rincón vivir con la victoria
de sí, puesto el querer tan sólo adonde
es premio el mismo Dios de lo servido.
No hay nada como el espíritu clásico, efectivamente. Muy bien
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