La aldea
La aldea de mi infancia
no aparece en ningún mapa:
solamente la memoria
conserva los caminos.
A veces quisiera volver a mi casa,
saberla mía todavía,
como los sueños que jamás la abandonaron.
Recorrerla palmo a palmo,
descubrir que están indemnes
todos los peldaños y todas las esquinas.
Comprobar que continúan allí dormidos
todos los años que ya no tengo.
Mis muertos
Lita olía a leche y a castañas.
Cuando pienso en ella,
recuerdo el silencio de la ermita
y los helechos que aún pueblan las cunetas.
Entonces, me invade la pena
y un picor de ortigas me cerca los caminos.
¡El trabajo nos honra!, solía decir Mateo.
No quiso un solo día de descanso.
No hubo un solo día que no trabajara la tierra.
Hasta que la tierra cubrió su cadáver.
Mis ojos me han llenado de mundo.
Todo lo que he visto,
todo lo que he mirado
vive dentro de mí.
En Sangreña, todos eran viejos
y nos querían.
Por eso serán siempre
mis queridos muertos.
El bosque
Cuando te adentras en el bosque,
entiendes que todo importa:
la respiración de las hormigas,
el zumbido de las abejas,
el lento transitar de las estaciones.
Comprendes entonces tu propia pequeñez
y sabes, al mismo tiempo, de tu justa relevancia.
Nada escapa a la sabiduría del bosque.
Mi casa
Sé que mi casa no irá a ninguna parte.
Permanecerá en el mismo lugar donde la dejé.
Podrán quemar los muebles,
vaciarla por completo
o llenarla de blancas mariposas.
Pero no podrán hacer que se vaya.
Aunque mi infancia se haya ido
y yo no sepa a dónde,
allí está mi casa,
esperando a que yo vuelva.
No hay comentarios:
Publicar un comentario