YO
Oigo pequeños
chasquidos dentro de mi sueño.
La noche gotea su taconeo de plata
espalda abajo.
A las cuatro.
Me despierto. Pensando
en el hombre que
se marchó en septiembre.
Se llamaba Law.
Mi rostro en el
espejo del baño
tiene manchas blancas en la parte baja.
Me enjuago la cara y vuelvo a la cama.
Mañana voy a ver a mi madre.
ELLA
Vive sola en un
brezal al norte.
Ella vive sola.
La primavera se abre como una cuchilla allí.
Yo viajo en
trenes todo el día y llevo muchos libros –
unos para mi madre, algunos para mí
que incluyen Las obras completas de Emily Brontë.
Es mi autora favorita.
También mi
principal temor, al que trato de enfrentarme.
Cada vez que visito a mi madre
siento que me convierto en Emily Brontë,
mi vida solitaria a mi alrededor como un páramo,
mi torpe cuerpo recortándose sobre los barrizales con una apariencia de
transformación
que muere cuando atravieso la puerta de la cocina.
¿Qué cuerpo es
ese, Emily, que nosotras necesitamos?
SEGUNDO MARIDO,
UN ERUDITO
Las raciones escaseaban, ella
hacía cola para conseguir manzanas y cerillas.
Entretanto, en su frío
apartamento, él seguía traduciendo textos babilonios.
Petersburgo ya no era la
capital (sino Moscú). Húmeda oscuridad
detrás de los letreros.
Las manos rompían estatuas.
La gente saqueaba incluso los
cementerios.
El “Consejo en apoyo a la
vida de los artistas”
servía sopa barata y trozos
de pan
a escritores nocturnos con
botas y chales y orejas laponas.
Junto a la sopa más de uno le
decía. Me dejas de piedra.
El perro ha envejecido,
susurraba entonces Ajmátova.
En casa, entretanto, el
erudito le había quitado la piel a
varias palabras desconocidas.
Sus incisiones producían un
sonido azul y apagado como seda.
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