Hay en esta selección voces de gran relieve, de enorme significación en las letras actuales. Porque Juan Calero, el ejecutor del trabajo, nos hace una propuesta muy variada en la que podemos resaltar semejanzas y discrepancias. Uno de los datos esenciales de este florilegio radica en ciertos perfiles de convivencia Cuba-Canarias a través de las personas, así la presencia de Julio Tovar, el hombre que vivió en Tenerife y que dio nombre a un premio de poesía que ha sido obtenido por dos valiosos poetas cubanos con obra muy reconocida internacionalmente. Se trata de dos figuras laureadas y que viven en EEUU. Uno de ellos, Ramón Fernández Larrea, vivió tres años en Canarias y gana el premio en 1997, con su obra Terneros que nunca mueran de rodillas. El otro autor es José Kozer, quien lo gana en 1974, poeta con más de setenta poemarios publicados en varios países. En Canarias tiene dos: Este judío de números y letras, con el que ganó el Julio Tovar en 1974, y De donde oscilan los seres en sus proporciones. Casualmente, el autor del prólogo también obtuvo el premio Julio Tovar, cuando apenas tenía 20 años cumplidos, en 1970.
Hay en este cuidadoso trabajo, nombres que son pilares firmes, columnas insoslayables de la tradición: Dulce María Loynaz, Julio Tovar, Nivaria Tejera y Manuel Díaz Martínez. Hay otro grupo que publicaron en Cuba: Ramón Fernández Larrea, Juan Francisco González-Díaz, José Lucas Rodríguez Alcorta, Sonia Díaz Corrales, Arlén Regueriro Mas y Andrés Díaz Castro. Está también el grupo de poetas que han dado a conocer su obra básicamente fuera de Cuba: Rolando Campins, y Juan Calero Rodríguez. Y, los que podríamos denominar –al decir de José Martí– los “pinos nuevos”: Nancy Teresa Ángel Bello, Belkys Rodríguez, Ernesto García Machín y Kimamy Ramos. Certifican su paso por Canarias, el arraigo existencial entre las dos orillas, las profesiones docentes, las publicaciones compartidas.
El cubano tiene un barroco resplandeciente, sonoro. El idioma adquiere aquí los brillos del mar, las transparencias de los cayos, la calidez del trópico. El canario por lo general tiene un barroco introspectivo, interiorizado. Mientras al cubano el Caribe lo potencia y lo sublima, el Atlántico de aguas frías casi ahoga la voz del insular canario. El cubano canta el son con determinación y alegría, el canario tiene un folklore lamentoso. Pero a la hora de la magua, unos y otros son iguales. El canario añora el Teide y añora el mar, el cubano canta una y otra vez el miserere por La Habana.
Estos poetas manejan intensamente lo identitario, lo social, el compromiso con el paisaje y la memoria del paisaje. Cuba tiene una literatura tan poderosa y tan reconocible que muchos admiramos el lenguaje de Lezama Lima, la sonoridad de Alejo Carpentier, la delicadeza de Dulce María Loynaz, la pirotecnia de Guillermo Cabrera Infante. Cuba es una Isla-Continente, posee suficiente lenguaje y suficiente hondura para afirmarse frente al mundo, y estos autores mantienen el tono intimista y conversacional, el elogio de la vida. Y el desgarro de la distancia, la pérdida del paraíso original, ese cruce de olas, pesadillas y sueños, mitos, magia, religiones yorubas y cristianas. Esa tierra ardiente que quedó atrás. Esa precariedad de reconocerse efímero y mortal, voz encaminada al silencio. Voz condenada a ejercer la rebeldía del grito para demostrar que estamos aquí y ahora.
Este es un libro que nos hacía falta, porque los insulares somos hermanos de la ola, del arraigo y del desarraigo, de la melancolía, de la magua, de la alegría contenida y de la alegría exultante que proporciona el ron, esa caña de azúcar que fue de aquí para allá, ese lenguaje que vino de allá para acá. Balseros todos en la aventura humana de ir viviendo cada uno de los días que nos quedan por vivir.
(Prólogo del libro recién editado, con selección de Juan Calero, en Cuadernos La Gueldera del Centro Canario de Estudios Caribeños El Atlántico)
Siempre agradecido, amigo Luis, por el prólogo de la antología y estar siempre ahí, sin titubeos, apoyando.
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