miércoles, 13 de marzo de 2013

El ejecutor


No sé por qué se alzan contra mí de esa manera. A fin de cuentas tan sólo pretendía tener una nueva experiencia: averiguar lo que se siente.
                Y es que ésa era una carencia muy importante para mí. Uno se mete en el ejército esperando un poco de acción. Te mandan a misiones en países lejanos pero no llegas a intervenir en un cuerpo a cuerpo. Y para qué están los militares sino para hacer la guerra, para destruir al enemigo. Salvaguardar el propio pellejo neutralizando al rival es la consigna que han obedecido millones antes que yo.
                Si me hice profesional, si incluso llegué a cabo primera, fue con esa expectativa.
                Enseguida supe que no era como los otros, necesitaba una dosis extra. Experimentar lo que se siente yendo un paso más allá, traspasando la línea que todos obedecen.
                Así que me fui a Bosnia, y luego a Afganistán. Pero no había la suficiente acción, en realidad todo aquello respondía casi a lo que pudiera hacer la gente de Cáritas: repartir víveres, proteger a las minorías, evitar saqueos, crear territorios para que las distintas comunidades no se despedazaran.
                El cuerpo me pedía algo más.
                Por eso me encantaba hacer prácticas de tiro, por eso empezaron a gustarme las armas. Y me hice con algunas que –con habilidad- logré camuflar en distintos envíos. Dentro de televisores, por ejemplo. Ni los más listos aduaneros fueron capaces de detectarlas, y eso me satisfizo.
                En este mundo de lobos lo importante es tener mejor olfato y mejores garras que los demás.
                Ya se sabe: o das tú, o te dan.
                Me han hecho unos exámenes, incluso hube de rellenar unos tests mientras los psiquiatras intentaban taladrarme con sus ojos. Pero se equivocan: hay partes de mí que nunca llegarán a conocer.
                Dicen que salgo a la caza de una masa con la que no tengo relación ni vínculo. Dicen que elijo una víctima y la humillo. Que actúo a sangre fría.
                Paparruchas.
                Dicen que tengo dificultades para las relaciones, que soy reservado y distante. Que necesito ser admirado por los demás, arrogante y fanfarrón.
                Qué sabrán ellos.
                Si me traje de allá la Tokarev del calibre 7,62 fue porque la encontré hermosa.
                Son tontos.
                ¿Acaso han sentido alguna vez el subidón de adrenalina que me entró al apretar el gatillo sobre aquel sudaca con sus estúpidos rasgos indios?        

1 comentario:

  1. Un relato sorprendente. Un relato aterrador sobre lo puede llegar el hombre a hacer y a pensar cuando tiene un arma en la mano.

    blog-rosariovalcarcel.blogspot.com

    ResponderEliminar