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Y
es que ésa era una carencia muy importante para mí. Uno se mete en el ejército
esperando un poco de acción. Te mandan a misiones en países lejanos pero no
llegas a intervenir en un cuerpo a cuerpo. Y para qué están los militares sino
para hacer la guerra, para destruir al enemigo. Salvaguardar el propio pellejo
neutralizando al rival es la consigna que han obedecido millones antes que yo.
Si
me hice profesional, si incluso llegué a cabo primera, fue con esa expectativa.
Enseguida
supe que no era como los otros, necesitaba una dosis extra. Experimentar lo que
se siente yendo un paso más allá, traspasando la línea que todos obedecen.
Así
que me fui a Bosnia, y luego a Afganistán. Pero no había la suficiente acción,
en realidad todo aquello respondía casi a lo que pudiera hacer la gente de
Cáritas: repartir víveres, proteger a las minorías, evitar saqueos, crear
territorios para que las distintas comunidades no se despedazaran.
El
cuerpo me pedía algo más.
Por
eso me encantaba hacer prácticas de tiro, por eso empezaron a gustarme las
armas. Y me hice con algunas que –con habilidad- logré camuflar en distintos
envíos. Dentro de televisores, por ejemplo. Ni los más listos aduaneros fueron
capaces de detectarlas, y eso me satisfizo.
En
este mundo de lobos lo importante es tener mejor olfato y mejores garras que
los demás.
Ya
se sabe: o das tú, o te dan.
Me
han hecho unos exámenes, incluso hube de rellenar unos tests mientras los
psiquiatras intentaban taladrarme con sus ojos. Pero se equivocan: hay partes
de mí que nunca llegarán a conocer.
Dicen
que salgo a la caza de una masa con la que no tengo relación ni vínculo. Dicen
que elijo una víctima y la humillo. Que actúo a sangre fría.
Paparruchas.
Dicen
que tengo dificultades para las relaciones, que soy reservado y distante. Que
necesito ser admirado por los demás, arrogante y fanfarrón.
Qué
sabrán ellos.
Si
me traje de allá la Tokarev
del calibre 7,62 fue porque la encontré hermosa.
Son
tontos.
¿Acaso
han sentido alguna vez el subidón de adrenalina que me entró al apretar el
gatillo sobre aquel sudaca con sus estúpidos rasgos indios?
Un relato sorprendente. Un relato aterrador sobre lo puede llegar el hombre a hacer y a pensar cuando tiene un arma en la mano.
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