jueves, 12 de julio de 2012

El sentimiento del mar en tres textos de la narrativa canaria




         La poesía canaria habla de soledad, indefensión y cierto fatalismo del hombre frente al mar. Ahora veamos el tratamiento del mar en tres breves textos: Isaac de Vega, Agustín Espinosa y Angel Guerra, así como en algunos poetas.
            Fetasa, de Isaac de Vega, es literatura casi hermética, llena de símbolos. Lo absurdo y lo existencial se dan la mano. Hay un hombre que mira el mar:
         “Es más de media noche. Las estrellas lucen claras en el firmamento y a su débil claridad se levantan bruscos y negros los accidentes de la costa. Dentro de poco saldrá la luna. Entonces tendrá que salir. El mar está quieto, negro y manso, amenazador y frío en su quietud, sin fin hacia el horizonte, agobiante con su masa enorme. Apenas si unas leves ondas chapotean en la playita y, de tarde en tarde, ponen una roseta blanca en torno a las rocas cercadas. Más lejos, la costa se adentra bruscamente en el agua en una punta audaz y afilada. Allí tiene que ir…”
            El testimonio de Isaac es casi agobiante. El de Agustín Espinosa en Crimen es quizá más radical. En el Epílogo en la isla de las maldiciones podemos leer esto:
         “Esta isla lejana, en la que ahora vivo, es la isla de las maldiciones.
         Bulle a mi alrededor un mar adverso, de un azul blanquecino, que se oscurece en un horizonte marchito, vacío de velas latinas y de chimeneas trasatlánticas. Hay bajo mis pasos una masa de tierra parda bajo puñales curvos de cactos, higueras mórbidas y aulagas doradas. Sobre unas rocas frontales se desmayan las sombras violeta de unas garzas.
         Yo, el hijastro de la isla. El aislado…”
            José Betancort Cabrera, más conocido por su seudónimo de Angel Guerra, escribió en 1908 la novela La lapa, uno de los textos más significativos dentro de la línea de una novela regionalista de finales del XIX y comienzos del XX en la que hubo otros intentos como los de Leoncio Rodríguez, Benito Pérez Armas, etc. En su descripción del islote Roque del Oeste desvela la angustia del insular:
         “Más que una isla, es un enorme peñón, un bloque de granito, surgiendo, como una infernal aparición, del seno turbulento de las aguas en aquellos mares salvajes.
         Majestuoso, imponente, se yergue el Roque del Oeste como un monolito gigantesco.
         Junto a su base, las ondas se revuelven, se encrespan, se agigantan, saltan, baten la roca con traidores remolinos. Al pie del Roque, en los covachas, como guarida de monstruos, el agua rezongando clamorosa dentro, escupe al aire sus espumas.
         Es inabordable. Nunca la planta de un hombre profanó el misterio de su soledad. Las mismas gaviotas, que lo rondan en largas bandadas, que en él descansan en las penosas travesías, creo yo que nunca allí colgaron el amor y la poesía de sus nidos. Jamás una barca se acercó, rendida, a demandarle la piedad de su abrigo.
         Como tierra maldita, condenada a vivir en perpetua soledad, la huyen los navíos de altura y las barcas de pesca…”
            EL SENTIMIENTO ATLANTICO
            Unamuno pensaba que El lino de los sueños, de Alonso Quesada, contiene una voz genuinamente insular, y parece un eco de la de aquellos aborígenes que se dejaban morir de hambre antes de renunciar a su libertad. La pobreza cotidiana, la desolación interior, son campos por los que transita la voz de Quesada. Antes de su llamada angustiosa se había desarrollado la Escuela Regionalista de Tenerife, con un retorno a los héroes prehispánicos. El Romanticismo encuentra un buen campo de cultivo en las islas: el ansia de libertad, la exaltación del sentimentalismo, el color regional, lo misterioso y lo legendario. El paisaje local es exaltado, las viejas leyendas florecen así como el amor a la patria. Una visión optimista, patriótica, está presente en el poema Canarias de Nicolás Estévanez cuando exclama: Mi espíritu es isleño / como las patrias costas, / donde la mar se estrella / en espuma rompiéndose y en notas. / Mi patria es una isla, / mi patria es una roca, / mi espíritu es isleño / como los riscos donde vi la aurora.
            El mar íntimo, humilde, cotidiano, de Saulo Torón: Voy navegando sin rumbo, / lleno de ansias y de miedo, / perdido como en la vida, / ¡mar adentro…! Poesía característica de una insularidad que a veces deprime más que exalta, que a veces limita el universo al círculo estrecho de la circunstancia personal más que se ensancha a la dimensión del océano y el cielo, en este caso sus carceleros. El mar necesario:

                                            El mar es a mi vida
                                      lo que al hambriento el pan;
                                      para saciar mi espíritu
                                      tengo que ver el mar. (…)
                                      Yo al mar le debo entera
                                      mi vida, que es un mar:
                                      un mar de sentimiento
                                      y de serenidad.
                                      Por eso el mar ejerce
                                      en mí tanta atracción…
                                             Lo que hay dentro de mí
                                      es mar y corazón.

            Lo cierto es que incluso en Pérez Galdós –tan mesetario- prevalece el subconsciente atlántico, de la misma forma que subsiste en él la tristeza social y la impregnación escéptica, tan común a nuestros autores.
            A nuestro modo de ver sigue siendo válido el propósito de hacer una literatura “arraigada”, con raíces fundacionales. Asumir la tradición literaria de las islas significa en buena lógica leer y estudiar a nuestros valores, desde Cairasco a Viana, desde Viera a Estévanez. Hay que suplir la falta de compromiso con el patrimonio histórico-artístico, sigue siendo preciso reivindicar los componentes culturales de nuestro pueblo.
            Literatura del mar, poesía del mar. Siempre el mar, del que no podremos prescindir porque está ahí, a la vuelta de todos los caminos, con su llamada al abrazo y a la superación de las rencillas de la tribu. El mar como tribulación pero también como gozo y esperanza.

2 comentarios:

  1. Buen análisis, estimado Luis. Nuestro patrimonio cultural también ha viajado y se aloja allende los mares. Mira un ejemplo de Martí,descendiente de canarios, de madre tinerfeña

    Odio el mar, muerto enorme, triste muerto
    De torpes y glotonas criaturas
    Odiosas habitado: se parecen
    A los ojos del pez que de harto expira
    Los del gañán de amor que en brazos tiembla
    De la horrible mujer libidinosa:?
    Vilo, y lo dije: ?algunos son cobardes,
    Y lo que ven y lo que sienten callan:
    Yo no: si hallo un infame al paso mío,
    Dígole en lengua clara: ahí va un infame,
    Y no, como hace el mar, escondo el pecho.
    Ni mi sagrado verso nimio guardo
    Para tejer rosarios a las damas
    Y máscaras de honor a los ladrones:
    Odio el mar, que sin cólera soporta
    Sobre su lomo complaciente, el buque
    Que entre música y flor trae a un tirano.

    Y un caso más reciente, una poeta argentina de haiku llamada Lia Miersch, cuyo abuelo era de Gáldar (tengo un acta de emigración que Lia me envió) y cuyo bisabuelo era maestro y luchó por la cueva pintada.
    Mira, Luis, qué haiku leo en este libro que me acaba de enviar

    Ültimo tren.
    Canta su arrorró triste
    el abandono.

    Lia Miersch

    Y es sólo un ejemplo. Viva nuestro mestizaje, es nuestra pervivencia.
    Un abrazo.
    Antonio Arroyo.

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  2. Gracias por tu comentario, estimado Antonio Arroyo

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