sábado, 28 de julio de 2012

El perro, la gata y la graja (aventura con animales)

Una de las cosas que más me gustan es ir a casa del abuelo Tito, que vive en las medianías, casi arriba en el puro monte, por donde andan los mirlos, los cernícalos y las grajas. Ya no hay ganado suelto, no todas las huertas se cultivan, la mayoría de los frutales están perdidos porque los viejitos se han ido muriendo y la gente nueva no tiene excesiva afición a coger la guataca. Una casa muy antigua, con humedades y tejas desconchadas, que el abuelo todavía repasa con maña antes de cada invierno. Y la huerta donde siempre ha plantado sus papitas, sus habas, sus verduras. Ya tuvo que vender otras tierras por no poderlas atender, y es que el abuelo se quejaba de que nadie quería quedarse a trabajar en la huerta porque sus tres hijos se habían ido de la isla a esos mundos de fuera. Aunque uno de ellos, mi padre Fabián, volvió al cabo de los años.
Por eso ahora tengo cerca al abuelo que sabe muchas cosas del Estado Guárico, donde plantaba tomates gordos como puños. Luego allá empezaron las revoluciones y los disgustos, y acabó volviendo. “No quiero que me secuestren, pues aunque apenas tengo unos bolívares pueden pedir rescate de cualquiera”, eso decía. Volvió a la isla donde nació, con mucha alegría rescató la casa de los antepasados, arregló tuberías, puso cocina y baño, reparó lo que tenía que reparar, que era mucho. Y dijo que aquí se quedaría hasta el final. Siempre le gustaron los animales. Y un día vio en la huerta una graja pequeña, casi una cría, que no podía volar. Tenía el plumaje negro, muy oscuro, y el pico era amarillo ya que todavía era pequeña. Como llegó hasta allí nadie lo sabe, pero lo cierto es que el animal cayó en buenas manos.
El abuelo le acercaba frutos y gusanos, y ella se iba dejando querer. Poco a poco el abuelo consiguió que cogiera la comida de su propia mano. Y aunque el perro Nino y la gata Lucy protestaban por la intromisión del nuevo inquilino de la huerta lo cierto fue que acabaron aceptándose los tres. Es cosa de prodigio ver a la graja con su pico escarbándole las pulgas al perro y jugando a picotear a la gata. También me llama la atención ver al abuelo contemplando la televisión con el perro y la gata a sus pies y la graja posada en su hombro. Debe ser porque la tele les parece aburrida, tanto el perro como la gata y la graja acaban por dormirse. Ojalá los humanos pudiéramos entendernos tan fácilmente como lo hacen entre sí los animales.

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