Esperanza y desesperanza, cara y cruz. Cuando pensábamos que después de habernos vacunado teníamos el control, estamos de nuevo desnudos ante las múltiples mutaciones de un virus que supuestamente “se escapó” de un laboratorio chino donde supuestamente estaban investigando estrategias sobre la guerra bacteriológica. Pensábamos en unas Navidades relajadas pero ningún pinchazo nos puede inmunizar del todo, ni podremos celebrarlo demasiado, ni vendrán muchos turistas. Menos mal que este 1 de diciembre hemos constatado que el sida ya no es la terrible enfermedad de los años 80, por suerte la hemos domesticado. Con los avances de la medicina, la esperanza de vida se incrementa aunque con estas pandemias no está muy claro que vayamos a vivir más. Los científicos buscan de forma incesante alargar la existencia, pero se han multiplicado las amenazas.
Como dice Rafael
Chirbes en su magnífica novela Crematorio, transformada en una serie
sobre las corrupciones en la costa mediterránea, nadie ha de pensar en el
futuro, puesto que el temor al futuro es la raíz de todo sufrimiento. Los
optimistas dicen que todo lo que ocurre en nuestro universo está sucediendo
también en el multiverso, por lo que la vida nunca dejaría de existir, cuando
morimos no desaparecemos del todo sino que nuestra energía se transforma.
Entramos en una nueva edad, la de quienes vivirán hasta los 120. Cuando vamos
por la calle vemos a septuagenarios y octogenarios vitalistas y con aspecto
juvenil pero también contemplamos mujeres y hombres aparcados en silla de
ruedas. ¿Cómo vencer el alzhéimer, el cáncer, el párkinson, la dependencia?
Nos dicen que
dentro de treinta años nos gobernarán los robots y habremos alcanzado la
sociedad posthumana, cuando vivan los humanos del 2050, y los efectos del clima
se hayan agudizado porque las siete grandes petroleras no van a renunciar a sus
descomunales beneficios. Y los chinos y casi todos los asiáticos están reivindicando
la necesidad de seguir usando combustibles fósiles para llegar al desarrollo,
no les falta razón porque occidente hizo lo mismo.
Estas islas casi
paradisiacas tienen poca natalidad, pero seguimos creciendo por la inmigración,
hay gente que quiere vivir aquí, aunque estar aquí suponga padecer la fatalidad
de los volcanes y de la lejanía. Con los aviones podemos suavizar la presión de
estar lejos, las aviones curan las bajonas, son el mejor invento del siglo XX.
Y los psicólogos que atienden a los miles de damnificados de La Palma explican
que en la vida suceden circunstancias difíciles de aceptar pero hay que valorar
lo que se tiene, la vida, la familia. A pesar de todo, esta Navidad, dicen, hay
que intentar disfrutar de la vida y la ilusión de seguir adelante. No es fácil.
Murió
la gran Almudena Grandes y las autoridades de Madrid ni se dieron por
enteradas, qué mezquinas. Cuando murió Jean-Paul Sartre el presidente De Gaulle
dijo: “Lo lamento, porque Sartre también es Francia”. Francia es una república
laica con clase y donde se aprecia el talento, aunque venga de disidentes. Por
suerte, como escribió el gran poeta gomero Pedro García Cabrera, la esperanza
nos mantiene. Sólo tenía conciencia de que iba a nacer de nuevo / para
estrechar la mano a los volcanes, / a la luz que se hiere en pestañas de
ausencia, / a los barcos que no encuentran los puertos, / a los hombres que
añoran su libertad perdida, / a las penas que salieron a recibirme por los
caminos.
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