La pesadilla continúa. Ni siquiera el quinto centenario de la ciudad fue conmemorado como se debía, porque la pandemia, los incendios y el volcán estropearon lo proyectado. Cuando el virus se hizo presente no imaginábamos el cúmulo de circunstancias desfavorables. Poca gente por las calles, los negocios cerrados y los restaurantes sin alemanes. Los cinco mil extranjeros aquí censados casi no estaban. Y después de los incendios estalló el volcán. Este es un espacio fabricado y destrozado cien veces, las erupciones han cambiado el paisaje muchas veces pero ahora estamos ante una destrucción infernal.
Con el dinero de
Venezuela la gente compró terrenos, comenzó a construir sus casas con jardín y
hasta piscina. Echaron los cimientos y ladrillo a ladrillo levantaron las habitaciones,
el lugar de los hijos y de los nietos cerca de los padres: así se hicieron las
bonitas casas de Las Manchas, Todoque y La Laguna. Eran viviendas de postal,
con sus huertas y sus jardines llenos de color. Buena calidad de vida, y un
clima envidiable, con tantas horas de sol y su laboriosidad de siempre. Los
aridanenses armaron sus fincas sobre las antiguas erupciones, levantaban sus
estanques redondos, indestructibles ante la lava, construyeron una economía
próspera. El palmero siempre supo manejarse en la agricultura, sus plátanos,
sus aguacates, la adaptación de frutos tropicales. Siempre fue un agricultor de
primor, lo hizo cuando cumplió la emigración americana y lo siguió siendo
cuando regresó al lugar natal. No
en vano hubo tiempos en que Aridane figuraba entre los lugares con mayor renta
de Canarias.
El cierre tan largo de
la iglesia matriz de Los Remedios ha sido también un golpe bajo para el casco
histórico, algunos de cuyos edificios señeros fueron cayendo por la codicia
para transformarlos en adefesios, dónde estaba la comisión de Urbanismo. Cómo
no recordar las rondallas que cantaban villancicos por las calles antes de las
Misas de Luz y la celebración de la Nochebuena. Y el Casino en sus etapas de
apogeo, las luchadas en la plaza, la Fiesta de Arte del 1 de julio, la Banda
Municipal y Los Arrieros, y la animación del quiosco de la plaza, donde los niños
escuchábamos los partidos de fútbol. La recepción de la señal era tan débil que
había que instalar antenas en las azoteas.
Los Llanos de Aridane es
una mezcla de lo urbano y lo agrícola, un lugar de buenos comercios y de
servicios. Su preciso diseño, su museo en la calle con las grandes y coloridas obras
de arte que le dan carácter, su disponibilidad de fácil aparcamiento, los
laureles centenarios, la imagen de la Virgen de los Remedios. Aquí se alzaron
los primeros semáforos de la isla y aquí el primer crematorio y el moderno centro
comercial. De siempre la gente de los municipios cercanos venía al centro del
valle para acudir a un dentista, a una tienda de ropa o a darse un paseo. Un
clima apacible, muchas horas de sol y poca lluvia. Y las mejores fanegadas en
la costa, el oro verde de las plataneras.
Nos resistimos a la
desolación y al despoblamiento, dan ganas de llorar pero hemos de resistir a la
pérdida del cementerio que ha causado tanto daño moral. No queremos pensar que
el municipio más próspero y más poblado de La Palma vaya a padecer un
descalabro del que no se vaya a recuperar. No queremos pensar en esos miles de
habitantes que va a perder en los próximos censos, gente que huye para Tenerife,
que abandona. El maldito volcán tendría que parar ya, para emprender la
reconstrucción. Y será necesario coordinar todos los esfuerzos, estudiar iniciativas
como la de los arquitectos de Madrid que proponen una intervención adecuada
sobre el territorio. Y también es imprescindible que lleguen las ayudas, porque
habrá quienes prefieran recibir el dinero que les toque para empezar de nuevo,
levantar sus casas ladrillo a ladrillo, habitación a habitación.
Que 2022 sea el año del silencio del volcán y el inicio de la recuperación. Amén.
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