sábado, 17 de julio de 2021

Los narradores canarios y Vargas Llosa


Para mí las primeras novelas de Mario Vargas Llosa constituyeron un equipaje imprescindible en aquella etapa iniciática en la que también devoré todo lo que pude de Gabriel García Márquez, Julio Cortázar, Carlos Fuentes, Juan Rulfo, Alejo Carpentier, Ernesto Sábato, Jorge Luis Borges, Bioy Casares, Donoso, etcétera. La riqueza del idioma latinoamericano, la vitalidad de un continente abrasador, un Macondo que se expansionaba en nuestros  corazones, y admirábamos aquella claridad verbal, el entusiasmo descriptivo, la vitalidad americana. Nos creíamos capaces de capturar la utopía. Era lógico que así fuera, pues los vínculos Canarias-América Latina han sido muy intensos por las emigraciones, por el idioma, por la gastronomía, por la agricultura que los palmeros ejercieron en Cuba, en Venezuela, en la República Dominicana, en tantos sitios.

Devoré sus primeras novelas, desde La ciudad y los perros, La casa verde y Conversación en la catedral: una tríada poderosísima, sorprendente. También fue lectura temprana aquella monumental Historia de un deicidio, de 1971. Luego vinieron otros títulos, Pantaleón y las visitadoras y La guerra del fin del mundo. Más tarde hemos leído Lituma en los Andes, del 93; Elogio de la madrastra, en el 88, y La fiesta del Chivo, del 2000.

En MVLL siempre destacó su gran rigor, el afán de trabajar como un obrero muchas horas diarias. Carlos Barral contó que aunque se fuera de vacaciones unos días a la playa en Calafell, Tarragona, siempre llevaba la máquina de escribir con él y nunca dejaba de ejercitarse. Gabo con su mono de mecánico en las noches de Barcelona.

·         A través de los grandes autores latinoamericanos chupábamos la novela francesa del XIX, la Generación Perdida norteamericana, los guiños de Kafka y Beckett, el clasicismo decimonónico desde Flaubert a Tolstoi y Dostoievski, la modernidad desde Dos Passos a Faulkner, desde Hemingway a Scott Fitzgerald. Impresionante caudal nos brindaban los autores del llamado “boom”.

Tuve un conocimiento temprano de la obra de Vargas Llosa. En la ciudad de Las Palmas se publicó Agresión a la realidad, libro editado por Inventarios Provisionales a raíz del entusiasmo de J.J. Armas Marcelo. El propio Mario se sorprendió de que tuviéramos referencia de esos ensayos que constituían aquel libro.

Al comienzo de los años 70, en el periódico La Provincia le hice una entrevista a Mario Vargas Llosa donde se solidarizaba conmigo porque la censura me había prohibido Estamos abriendo caminos en la noche, novela finalista del premio Sésamo en 1970 que nunca fue editada pero que dio pie a mi primera novela publicada, Ulrike tiene una cita a las 8, Akal Editor, Madrid, 1975.

JJ Armas Marcelo era la punta de lanza, Inventarios era un grupo fantástico que rompimos por errores juveniles. Se distribuyó La canción del morrocoyo, de Alberto Omar, a nivel nacional, Distribuciones de Enlace. Con el apoyo de Carlos Barral se hicieron cosas importantes, por ejemplo fue convocado el Premio Canarias de novela, donde fue accésit Carlos Edmundo de Ory. Hubo en aquella ocasión un jurado excepcional: Artur Lundkvist, Mario Vargas Llosa, Barral, etcétera.

En aquellos primeros años setenta hicimos varias visitas a Barcelona, curiosamente aquella Barcelona era una ciudad más próxima a nosotros que Madrid, era una ciudad más abierta, más burguesa, más liberal, más europea que Madrid, la viva imagen de la gris dictadura. Proximidad a París, a Milán. Ambiente más evolucionado. La progresía, la Gauche Divine, el Boccaccio. El Mediterráneo era un lugar prodigioso.

En aquellas fechas tuvimos encuentros con Gabriel García Márquez, Ana María Moix y Colita, Juan Marsé y otros intelectuales de primer nivel.

Recorrimos el Barrio Gótico, los lugares de diversión en que Picasso se había inspirado

Nosotros, como Generación de los 70, estábamos creciendo. Sin haber firmado manifiesto alguno, convergíamos en la necesidad de cambio, de luchar contra la censura. Descubríamos Canarias como espacio literario, su paisaje, su historia, su eclecticismo, su mestizaje, su identidad ambigua. Con afán épico, con ironía, con perspectiva fundacional.

Como novelista, Mario Vargas Llosa está ahí. En la primera fila. Su evolución ideológica ha sido notable, y la he compartido con menor entusiasmo. El es un clásico de la literatura universal, y supongo que cualquier año le darán el Nobel. Si no se lo dan, peor para la propia historia del Nobel, que está guiada por acontecimientos sorprendentes. En los últimos años, parece que la Academia Sueca va a remolque de la literatura Light, por eso quizá han premiado a gente como Elfriede Jelinek, Darío Fo, Saramago, Günter Grass, Coetzee, Harold Pinter. La vuelta al compromiso en tiempos en el compromiso está fuera de toda onda.

Mario Vargas Llosa es el rigor y el hipnotizador a través de la palabra.

Para la literatura universal, fue una suerte que Mario perdiera su aventura política, que no lograse su aspiración de presidir su país. Este aparente fracaso rescató al mejor Vargas Llosa, capaz de darnos después de su incursión en la política obras tan inolvidables como La fiesta del Chivo.

(Foto: en los años 70, en una entrevista de Vargas Llosa y LLB, periódico La Provincia)


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