En el planeta cada día aparecen señales contradictorias y, aunque La Palma esté bien controlada, es evidente que las vacunas no nos quitan el miedo, casi nadie se quiere quitar la mascarilla. Y ahora, todavía con restricciones por la pandemia, con la iglesia matriz patas arriba por las interminables obras, vuelve otra vez una conmemoración oscurecida de La Patrona. La iglesia es una de las señas de identidad aridanense, el arcipreste don Marino Sicilia la tenía cuidada como un relicario y bajo su piso de madera de tea yacen sepultados cientos de antepasados. Cuando la guadaña del Covid desaparezca definitivamente, regresarán la luz y la alegría. Amén.
En aquella infancia nunca
pasaba nada, y cuando aparecieron unas chicas canadienses con minifalda los
adolescentes nos alborotamos como si hubiesen sido extraterrestres, eran una
novedad extraordinaria. Eran los tiempos de la Academia de don Pepe Lavers, jugábamos
a la pelota en las calles y los domingos por la tarde los parroquianos se
agolpaban en el quiosco de la plaza para oír los partidos de fútbol .Mi padre tomaba
nota de los acontecimientos locales en un grueso libro, festejó el haber
llegado a los 10.000 habitantes. En cada calle había huertos y las noticias del
mundo llegaban en sordina, a través de las pocas páginas de aquel Diario de
Avisos. Eran otros tiempos, en aquella dictadura la gente hablaba en baja voz,
pues hasta las paredes oían y Franco casi siempre ponía un Real
Madrid-Barcelona el 1 de mayo.
Este es uno de los
lugares más armoniosos del archipiélago, buen urbanismo, arte en la calle, los
laureles de la Plaza. La parte occidental de la isla es la más soleada, bien lo
saben los miles de alemanes que por aquí residen, hay que aprovechar esa
circunstancia. El turismo en La Palma es diferente y en otros lugares el boom
trajo una euforia constructora que no entendía de planes de ordenación del
territorio; las consecuencias de este avasallamiento de los espacios se
traducen en litorales destruidos por la voracidad de la especulación. Frente a
esto la razón nos dice que es forzoso que cada ayuntamiento haga respetar las
normas, la definición de su propio entorno, el patrimonio de usos y costumbres,
pues el progreso ha de hacerse cuidando la Naturaleza. De cualquier forma,
aprovechando las muchas horas de sol se habrán de configurar instalaciones turísticas
desde Puerto Naos a Puntagorda.
El Valle fue –desde la
propia fundación- la comarca más próspera. Todo empezó en Argual y Tazacorte,
el origen de Los Llanos fue más humilde. Pero se convirtió en el eje de la
comarca, del comercio y los servicios, y pasa a ser villa en 1868, y más tarde
ciudad que va acaparando las funciones urbanas de media isla, declarándosele
también cabeza de partido judicial.
Aridane –lugar llano
en lengua prehispánica- era la jurisdicción más extensa, antes de que se
segregaran El Paso en 1837 y Tazacorte en 1925. Su florecimiento dependió largo
tiempo de Argual y Tazacorte, donde se ubicaban los ingenios. El conquistador
Alonso Fernández de Lugo repartió tierras, y en 1513 aparece un caballero de
Flandes, que castellaniza su apellido y se convierte en Jácome de Monteverde.
Fue una etapa tan floreciente que el navegante portugués Gaspar de Frutuoso elogia
la productividad de los dos ingenios.
Viera y Clavijo,
citando a Abreu Galindo, señala que “la isla de La Palma, que los naturales
llaman Benahoare, como quien dice “mi tierra”, estaba dividida en doce reinos o
cantones.” En primer lugar, “el círculo de Aridane, cuyo príncipe se llamaba
Mayantigo o Pedazo de Cielo, nombre que le adquirió su agradable fisonomía y el
genio popular con que se hacía querer. Y, en fin, estaba el “círculo de Aceró
(que hoy llaman La Caldera), el más incontrastable de todos, y su príncipe,
llamado Tanausú”.
Si cada isla tiene su
personaje mítico, está claro que Tanausú es el palmero por antonomasia, supone
la fijación a la tierra ancestral, la isla del matriarcado rural.
Somos el resultado de
una mezcla de pueblos: nuestros antepasados fusionados con los castellanos, los
colonos portugueses, los moriscos y judíos expulsados de la Península, comerciantes
de Flandes, Génova, Malta, Irlanda… Algunos han llegado a plantearse que
–puesto que nuestra esencia es resultado de la mezcla de otras muchas- nuestra
característica básica sería la “no identidad”. No lo comparto porque esa
actitud contribuiría a mantener nuestro complejo de indefensión, el viejo
síndrome de inferioridad.
Hemos tenido sequías,
epidemias y volcanes, y el convencimiento de que nuestro pueblo se construyó en
América. Hoy desde este cielo los astrónomos otean las galaxias, desde aquí nos
damos cuenta de que somos una insignificancia en el universo, una brizna de
polvo mortal en medio de los misterios, ignorantes de nuestro destino. Pero tenemos
paisaje para atraer a foráneos que buscan aquí un trozo de su paraíso perdido, hemos
conservado el verde y debemos captar el interés de quienes deseen invertir respetando
los valores. Finalmente, necesitamos el ocio activo que procurará el Parque
Cultural Islas Canarias, ojalá que pueda ser terminado algún día.
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