Conocimos a
Luis Arencibia, el escultor recién desaparecido, a través de Antonio González
Padrón, el inquieto cronista. Luego pusimos en contacto a Arencibia con los artistas
que acudían con frecuencia a la entonces sede de la Casa de Canaria, en
Jovellanos, 5, justo enfrente del Teatro de la Zarzuela. En aquellos años 2000-2005 la Casa de Canarias
fue un foco de exposiciones y encuentros. Arencibia era entusiasta, y a través de sus contactos el
también escultor Máximo Riol pudo alzar sus monumentales Meninas en una rotonda
de Leganés. Arencibia es el autor de obras en su municipio natal y en la ciudad
de su ciudad de residencia, así como de un importante retablo en la iglesia de
San Agustín de la capital grancanaria. Era un hombre de temperamento moderado
que escondía una gran vitalidad creativa. Ideó museos de escultura al aire
libre, fue generoso y solidario, uno de los creadores más originales del arte
canario entre dos siglos.
El Neptuno
de Melenara trae una bocanada de aire fresco y en nuestro país es una de las
escasas esculturas monumentales integradas en la naturaleza. Un Neptuno a un
mismo tiempo bienhechor y atemorizante, fiero y manso, vigilante y juguetón. Este
dios latino es también un homenaje al mar, con una mano sostiene el tridente y
con la otra invita a entrar en las aguas. Es rotundo y vigoroso durante el día,
y de noche cobra un halo misterioso y casi espectral cuando es iluminado. El
Neptuno de Melenara es uno de los iconos de la ciudad de Telde, y a él le
dedicamos un libro que fue editado por al ayuntamiento de la ciudad en 2007. Antes
de su instalación los marinos y los residentes del barrio mostraban cierta
desconfianza respecto a su viabilidad; dudaban abiertamente de su solidez
frente a los temporales. Los temores quedaron despejados, aunque necesitó
reparaciones más de una vez.
Los
residentes de la zona se refieren al curioso efecto de sus ojos huecos cuando
brillan en la oscuridad de modo fantasmagórico. Desde el fondo de los tiempos
los humanos siempre han necesitado la ayuda de criaturas poderosas, que les alumbren
el camino, les ayuden a despejar el temor a la propia debilidad de su
circunstancia temporal, y los guíen en sus tribulaciones amortiguándoles en lo
posible el desasosiego de su inevitable camino hacia la muerte y las posibles
vidas posteriores. Pues bien: para este litoral grancanario el dios mitológico
es ya un ser favorecedor. Su tridente es un signo de valentía y resolución ante
la adversidad.
En
definitiva, cuando alguien consigue una obra que agita las aguas cotidianas de
la pereza y la costumbre, que rompe la línea del horizonte, que sorprende y en
cierto modo escandaliza pero acaba siendo asumida por el pueblo, nos hallamos
ante un artista eficaz. Esto es lo que sucede con el Neptuno de la playa: en el
poco tiempo de su azarosa vida originó un impacto de sorpresa, casi escandalizó
a las mentes rutinarias, a las que cualquier novedad produce convulsiones. Pero
enseguida ha sido asumido por todos; lo que comenzó siendo un icono particular
de la zona ha acabado siendo una de las imágenes representativas del municipio,
y está llamada a ser una de las postales más poderosas de la isla. Tal es su
poder de convocatoria y su capacidad de sugerencia que ya nadie será capaz de
arrancarlo de su pedestal, ni el más estruendoso de los huracanes, ni el oleaje
más ansioso. Pues una y otra vez regresará, volverá a posarse sobre las olas y
a engrandecerse sobre ellas.
Hasta tal
punto ha echado raíces que es casi un faro en el horizonte.
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