La tarde del domingo trajo el clarinazo: ha muerto el amigo Justo Jorge Padrón, una de tantas víctimas de la maldita pandemia. Murió a los 77 años en una cama de hospital, en esos días en que las vacunaciones se estaban extendiendo, con la meta puesta en lograr la mayor inmunidad posible. Muere un poeta neorromántico y existencial, cuando todavía habría podido seguir haciendo una poesía vibrante, musical, intensa. Un hombre que dejó su carrera de abogacía, que abandonó su temprana vocación por el deporte, para dedicarse solo a la creación, a la traducción de poetas nórdicos, a la elaboración de una obra compacta que tuvo muchos reconocimientos e innumerables versiones en treinta idiomas. Compartimos amistad y encuentros, primero en Gran Canaria, más tarde en nuestro chalet de Torrelodones, Madrid, también en su piso de la capital, cerca de la Plaza de Castilla, como luego en nuestra casa de El Sardo, en las afueras de la ciudad de Las Palmas, en la vieja carretera de San Lorenzo. Venía con Kleo, su segunda mujer, y con su hija, que siempre quería hacerse fotos con el canario que teníamos junto al pequeño jardín. Compartíamos la dedicación a la literatura, la obsesión por hacer la mejor obra posible. Se ponía sentimental, me decía que le gustaría volver a Gran Canaria para pasar sus últimos años en este clima, en este mar, en este sol.
Hablar
de Justo es hablar de muchos libros, pero sobre todo de Los círculos del
infierno, su texto más importante. En el año 74, tras una crisis personal que
seguramente le llevó a separarse de Mónica, su mujer sueca, se fue armando el
libro en su peregrinar entre Suecia y Noruega. Rememorando a Dante, se lanza a
hablar de la crisis humana, el conflicto de la autodestrucción del planeta, la
propia extinción de la especie humana. El libro significó la consagración del
autor, uno de los poetas españoles más traducidos, y más respaldados por
innumerables premios y por la crítica. Como traductor y ensayista nos dio a
conocer a muchos poetas nórdicos y realizó numerosas audiciones de su poesía
ante miles de personas, particularmente en países de la Europa del Este y
América Latina.
Su
obra fue copiosa y obtuvo un reconocimiento importante a nivel internacional.
No logró su sueño de entrar en la Real Academia Española, quizá porque a los
canarios se les sigue negando el reconocimiento a su singularidad literaria,
ese idioma mestizo que ni es continental mesetario ni continental americano
sino que se disuelve en el Atlántico. Algo parecido le sucedió a J.J. Armas
Marcelo, quien también se quedó a las puertas. Pero con Justo estamos a
presencia de una obra existencial, tocada por la amargura y el pesimismo, que
recibió críticas de figuras mundiales de la literatura: Vargas Llosa, Borges,
Sábato, Alvaro Mutis.
Tuvo
varios registros. El registro del amor que huye, de la sombra del mar, de la
finitud humana. Poesía de la existencia, de la fragilidad humana: En el
amanecer te desvaneces. / Sólo queda tu sombra entre mis manos / una presencia
de aire, anhelo y sueño y risa…
Un poeta que sabía adquirir un tono profético y visionario. Un poeta de la profunda soledad y el desengaño de los humanos. Lo expresó muchas veces en sus versos: Cansado, muy cansado / de ir envejeciendo, / de ser sólo yo mismo, / de vivir en la espalda de los sueños, / de ver cómo mueren / la vida y el amor. Pero la angustia nos dejaba ver la claridad al otro lado del túnel, esa esperanza casi inaccesible en otros mundos. Esa poesía suya que también fue luminosa y pletórica, llena de amor y de fe.
Anrazos de bienestar lleguen a toda la familia y seres queridos.
ResponderEliminarPaz en el corazón y luz en el entendimiento.