En
las islas existe una floración de valores en la literatura, las bellas artes,
los distintos estilos musicales, el pensamiento, el cine, incluso en la
creación teatral hay gente que se mueve. El papel de las artes en general, y de
la literatura en particular, debería ser ejercitar la conciencia de análisis y
de avance. El artista y el escritor deben ser buenos artesanos en sus respectivos
territorios, deben saber entretener y emocionar al público pero en igual medida
deben reivindicar la utopía de la liberación personal y de la trascendencia, de
la rebelión ante toda forma de manipulación y de control, del dirigismo
universal al servicio de los poderosos. El poder político debiera darse cuenta de
que la labor del escritor, del artista, es analizar, contradecir incluso,
navegar contra corriente, pero es difícil que esto sea asumido por una clase
política endogámica y mimosa como la nuestra, una clase política egocéntrica y
poco respetuosa con el territorio en el que se asienta, con eso que de manera
genérica podríamos llamar identidad. A nuestro modo de ver, la burguesía
regional no aprecia lo suficiente sus propios valores culturales y
patrimoniales, y la desvertebración endémica se agrava con el intento
permanente de reinstaurar el pleito insular y otros demonios paralizantes. Y ya
decía Samuel Huntington que en el futuro la batalla ideológica entre las clases
sociales y los países será sustituida por el conflicto entre las culturas.
Porque las manifestaciones culturales no deben ser entendidas primordialmente
como productos de consumo, aunque también lo sean. No a una cultura que se
adapte a la realidad, sino que aspire a ponerla en cuestión. En nuestro libro
de ensayos La literatura y la vida (Mercurio Editorial, 2015) ya analizábamos
el papel que esa cultura debería representar en un escenario social como el
nuestro donde hay bastantes creadores pero no existe una demanda ciudadana suficiente
respecto a esa marea creativa. Parece que algunas ideas allí expresadas motivan
unas jornadas comandadas por el inquieto cronista de Artenara, José Luján,
quien, en la presentación del citado libro, ya expresó en el Museo Domingo
Rivero la conveniencia de las mismas, con el fin de propiciar un debate capaz de generar un análisis lúcido de
nuestra realidad.
El
debate de fondo acerca de Cultura y Sociedad en Canarias fue tan solo sugerido
en aquel lejano Congreso de Cultura Canaria en 1986 y 1987, del que
lamentablemente nunca se publicaron unas conclusiones. Quizá no sea suficiente
hablar, sino que se necesita ponerse a actuar más allá de personalismos y
visiones partidistas. En un tiempo de contradicciones y de aceleración
histórica las circunstancias cambian de manera visible, pero sigue siendo
necesario reivindicar la utopía, como hicieron Eduardo Galeano, José Saramago y
tantos escritores que manejaron la idea del compromiso a la vieja usanza,
compromiso con el tiempo y el entorno que les ha tocado vivir. Trabajar en
equipo superando personalismos sigue siendo una cuestión complicada, hacer ver
a nuestros dirigentes la realidad cultural también. Urgía una Dirección General
del Libro pero, por aquello de la austeridad tras la crisis, constituyó una
aventura demasiado fugaz, aunque provechosa. En una sociedad del espectáculo y
de la pasarela fugaz como la nuestra sigue siendo necesario difundir el mensaje
de las letras y las artes, evitar el peligroso riesgo de que los jóvenes se
aparten de la lectura, atrapados por las nuevas tecnologías, que a menudo
generan facilismo, un ocio pasivo, y, precisamente por ello, alejan de la
verdad. La degradación de la enseñanza es visible, la pérdida de los contenidos
humanistas también, con paro y contratos-basura estamos perdiendo a la
generación joven mejor preparada de nuestra historia. Jóvenes destrozados por
la crisis, cuya heroína es Belén Esteban quien, para colmo, dispone un equipo
de escritores que escriben libros-basura que firma ella, qué degradación. Pero
precisamente por todo ello hay que construir nuevas estrategias para favorecer
la dignidad del libro y de las manifestaciones culturales hechas en las islas.
Ello sigue siendo una cuestión complicada, del mismo modo que contar con todos
más allá de amiguismos y sectarismos también continúa siendo una cuestión
sensible por cuanto en el mundillo cultural existen los cortesanos, los
circuitos patrocinados, los subvencionados a toda costa. Con cierta frecuencia el
creador puede contemplarse a sí mismo como un francotirador, un agitador, un
aguafiestas más allá del convite. Lo primero que habría que pedir a la
información cultural es objetividad, apertura, el no sometimiento a círculos
cerrados, el instinto de reflejar lo que sucede en base a la originalidad y a
la capacidad estética de las propuestas.
Desconocer
por ejemplo que Agustín Espinosa fue el mejor narrador del surrealismo español
es grave, de la misma forma que nos parece injusto dejar de valorar la tradición
literaria del archipiélago, la investigación historiográfica, el papel de la
prensa y la relación de los escritores con ella, el patrimonio
histórico-artístico, el valor añadido del paisaje, ese paisaje que tan poco
respeto ha merecido del desarrollismo turístico. Convendría, pues, hacer
nuestras las palabras de Jean Daniel, Premio Príncipe de Asturias, cuando
afirmó en torno a escritura, imagen e internet: “Nos encontramos ante un cambio
de civilización (…) Vivimos en un mundo que no acaba de terminar y delante de
otro que no ha comenzado todavía.” Hay que esperar que la cultura sobreviva a
la sociedad de la fugacidad, a la cual sirven con entusiasmo los medios de
comunicación. Philippe Sollers dijo que “estamos en la época de la no lectura
organizada. Vemos desarrollarse la lógica infernal de la publicidad y, en
paralelo, una indiferencia creciente respecto a la cosa escrita.” Por su parte,
George Steiner, en un lejano artículo en El País señaló: “Hoy hay niños que
prácticamente no saben leer ni escribir, o lo hacen a duras penas, y rechazan
con todas sus fuerzas cualquier intento de arrancarles de la pantalla y
hacerles leer. Cuando me enfrento a ellos pierdo la paciencia y, animado por
algún atavismo pedagógico, les digo: “Eres un analfabeto.” Sin embargo, ellos
me responden que yo también lo soy porque, en efecto, no puedo seguirle en lo
que está haciendo.”
El
futuro inmediato es una lucha entre espectáculo y pensamiento. Y de cosas
peores hemos salido.
(Publicado en el periódico La Provincia, www.laprovincia.es, hoy 5 de octubre de 2015)
Interesante, necesaria y madurada reflexión.
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