martes, 23 de junio de 2015

La noche de San Juan: el fuego regenerador

Alrededor del solsticio de verano todos los pueblos primitivos han ido configurando ritos relativos a la luz, la fecundidad, la idea de resurrección de la naturaleza. El verano es el estallido de la vida, el momento de la recolección de las cosechas. Desde el fondo del tiempo, pues, estos ritos han estado ligados al dominio del fuego, al deseo de purificación. Los guanches, por ejemplo, tenían ceremonias de adoración al sol, al que ofrecían vísceras de animales para propiciar la buena fortuna en la recolección del cereal, en la vida del poblado. Y la noche del 23 al 24 de junio es una reminiscencia de antiquísimas magias euroasiáticas y mediterráneas; la noche de San Juan, convenientemente cristianizada, es una rememoración de los tiempos del paganismo.

Canarias es un cruce casi perfecto de magias bien diversas: de un lado toda la base norteafricana bereber que sin duda persiste; de otro, el aporte mediterráneo, más tarde el animismo de los esclavos y por último el retorno de lo africano a través de los emigrantes que vuelven de América.

La Iglesia fue hábil al cristianizar muchas fiestas populares griegas y romanas, que con frecuencia derivaban en verdaderas orgías. De este modo, todo el conglomerado de celebraciones que marcaban el inicio del verano ha ido siendo incorporado a la noche de San Juan. El pueblo llano, aficionado al curanderismo y la magia blanca, a la brujería positiva y protectora, ha ido conservando parte de estos rituales en versiones más o menos “poéticas”, que incorporan parte de la psicología colectiva, el subconsciente de la tribu, la vieja liturgia desarrollada en la cueva neolítica cuando el primer hombre, para propiciar la caza, dibuja las piezas que desea obtener, pensando que de este modo le sería más fácil apresarlas en la vida real.

San Juan está ligado a ritos de fuego y agua. En Galicia, por ejemplo, donde –al igual que aquí tiene gran apogeo el curanderismo por medio de hierbas- se practican ritos de purificación contra el maleficio. San Juan significa el triunfo de la luz, y por eso se recurre al fuego, que quema las impurezas, que preserva del mal. En los pueblos y en las aldeas se pasean los labriegos con hachones encendidos para quemar lo inútil, lo que sobre, lo que recuerda el pasado infeliz. Es tiempo de la Santa Compaña, de las meigas. ¿Existen las meigas? Qué va, las meigas no existen pero haberlas háylas, como diría un gallego.

Y en Canarias, naturalmente, San Juan incorpora una serie de agüeros o prácticas de adivinación. Según José Pérez Vidal y Alfred Diston, citados por la investigadora Carmen Roda Márquez, los agüeros y tradiciones populares de San Juan son muy diversos: sobre la vida, sobre los amores, sobre la muerte. Se mira el agua de un aljibe, el agua de una palangana, el agua de un vaso para concluir que el futuro será bueno con nosotros. Se pone agua con pétalos de rosa y se deja al sereno, o para pronosticar si habrá lluvia en el siguiente año se escriben los nombres de los 12 meses, se les pone sal y se dejan al sereno, para que la humedad indique cuáles serán los meses de lluvia.

San Juan y las predicciones del amor

Hay toda suerte de predicciones ligadas a la noche de San Juan, pero quizá las que más aceptación han tenido son las ligadas al amor. Se utilizan para saber si el futuro esposo será pobre o rico, para conocer su profesión, para desvelar si sus intenciones son realmente las de casarse o solo las de divertirse un poco. Para ello las jovencitas casaderas tenían a su alcance elementos muy comunes, como papas, granos de trigo, bolas de pan, claras de huevo, etcétera. A veces los elementos que se utilizan son un poco más rebuscados –como el fuego y el plomo- pero casi siempre pertenecen al reino vegetal: los tunos, las flores, etc.

La noche de San Juan era, asimismo, propicia para rituales de curación. Los niños herniados son curados al alba de cada 24 de junio, mediante la ceremonia de pasarlos por el mimbre, mientras se recitaba la oración: “¿Qué traes, María? / Un niño herniado / San Juan y la Virgen / te lo vuelvan sano.” Para ello era preciso cortar el mimbre dejando una abertura suficiente para que quepa por ella la criatura. Hay que añadir que el vientre del niño era fuertemente apretado con fajas y otros paños, por lo cual cabría preguntarse si la presunta curación se debería más bien a esta presión sobre la zona afectada; en cualquier caso, el pueblo era feliz practicando estos ritos y –sobre todo- creyéndolos a pie juntillas, sobre todo en las islas occidentales, que han tenido una mayor tradición rural, y por consiguiente un mayor peso de la figura bienhechora del curandero, o de la curandera, que no solo manejaba los objetos y no solo ejecutaba con presteza las ceremonias sino que también invocaba siempre la fe religiosa, los santos, el evangelio, las oraciones, la vida de Cristo, el apoyo de los apóstoles, de los cuales –por cierto- San Juan casi era el predilecto en el alma del pueblo.

En Canarias creció la magia blanca, ahora también la magia negra

El saber popular merece respeto, y el pueblo ha tenido el instinto de conservar y desarrollar lo que conviene a su tiempo histórico. Por eso hoy en día existe una línea antropológica muy acusada que intenta recuperar toda esa gama de conocimientos tradicionales que, en cierto modo, están en riesgo de extinción por el poderío de la TV y de los medios modernos de comunicación, que van uniformando el lenguaje, los comportamientos del ser humano en todo el planeta. Es un riesgo relativo, porque, paralelamente, el propio pueblo desarrolla su instinto conservacionista. En Canarias siempre se dio la magia blanca, la magia curativa, aunque en los últimos años ha aparecido la magia negra, contratada por encargo, traída por gente del Caribe y naciones de Suramérica, a veces para hacer daño a otras personas. Y en las islas –donde hay unas 200 especies de plantas curativas-, donde existen además unos precedentes prehispánicos –el uso de la sangre de drago, la savia del “amolán” o la tabaiba- todos esos usos populares han perdurado durante siglos, de la misma forma que nuestro aislamiento y el instinto de conservación del pueblo han motivado que aquí se perpetúa el Romancero, es decir: composiciones literarias transmitidas verbalmente durante 500 años que ya están perdidas en muchos lugares de la Península y América y que sin embargo todavía podemos escucharlas en las voces de los ancianos de Agüimes, La Gomera o El Hierro. Ahora, con la inmigración de países americanos (República Dominicana, Cuba, Venezuela, Brasil, etc) hay un fértil negocio de brujos, adivinos, echadores de cartas, sanadores, etc. que llegan a emplear la magia negra para “resolver” asuntos de amores, venganzas, maleficios, limpiezas, etc.

2 comentarios:

  1. Llegué sin saber mucho
    .Me voy sabiendo cosas que no conocía
    un abrazo y gracias por compartir tus letras

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  2. Llegué sin saber mucho
    .Me voy sabiendo cosas que no conocía
    un abrazo y gracias por compartir tus letras

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