miércoles, 12 de septiembre de 2012

La alegre juventud de los 30 años

Al cumplir los cincuenta José Eugenio decidió emprender cambios trascendentes. En primer lugar, imponía que lo llamasen Cheché y además se dejó crecer el pelo, se instaló una coleta, compró ropa en la sección juvenil y empezó a ahorrar para una moto gran cilindrada. Le habría gustado una de esas norteamericanas míticas, pero su precio era tan prohibitivo que se conformó con una japonesa de segunda mano. Aparente, eso sí, superaba de largo los 200 kilómetros por hora. Lástima que en su comarca no hubiese carreteras sino de un carril de ida y otro de vuelta.
                Por la misma época Purificación, su exmujer, empleó parte de lo obtenido tras la sentencia de divorcio en un buen estiramiento de piel, una corrección de los pechos y un ensanchamiento de los labios al estilo de las actrices y las modelos. Se tiñó el pelo de rojo caoba y copió las ropas que utilizaban sus hijas.
                Ella también tenía grandes planes.
                En la capital de la provincia comenzaron a frecuentar los gimnasios para recuperar una figura más deseable. El ejercicio físico y las dietas acabaron por darles una presencia adecuada, de tal manera que ya estaban listos para acudir a los bares de encuentros. Al cabo de unos meses no fue extraño que con sus nuevas apariencias se tropezaran en un local de intercambio de parejas. Valencia es una ciudad excitante y vital, donde puedes realizar tus anhelos. Cuando se vieron en la barra a ambos les dio la impresión de que ya conocían a esa persona que les observaba, con lo cual tuvieron un motivo para comenzar a hablar. Antes de entrar en la pista de baile atravesaron el pasillo francés, y a través de los agujeros practicados en la pared fueron tocados sin misericordia por manos anónimas y anhelantes, ellos mismos pudieron sentir un sinfín de pieles. Había sofás en rincones de penumbra, jacuzzis y reservados por si llegasen a la intimidad con otras parejas. En medio de la excitación, quedaron tan locamente prendados el uno del otro que al día siguiente decidieron vivir juntos.
                -Te quiero para siempre –le prometió cuando instalaba en su dedo anular el anillo de compromiso.
                -Nunca digas para siempre, tonto, que igual llegamos a los setenta y nos apetecerán otras experiencias.
                Con la energía extra de una viagra de 100 miligramos se amaron como nunca. Y al final de aquel día Peter Pan encontró a su Penélope destejiendo su eterno bordado frente al mar. Extrañado, le preguntó qué estaba haciendo, por qué desandaba el trabajo tan arduamente emprendido. Ella le contestó que la menopausia era la mejor edad. Lo hablaron, y por supuesto que también él estuvo de acuerdo en superar el viejo mandato de tener una pareja, una ocupación y una casa para toda la vida como habían hecho sus abuelos y sus padres. Era necesario ponerse a la altura de los tiempos. Sólo se vive una vez, se dijeron por último antes de introducirse en el chat de sexo rápido para gente de 30.
                                      (De Los dioses palmeros, relatos)            Ilustración: pintura de Caravaggio

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