LUIS LEON BARRETO ------------------------------------------------------------------------------------------correo: leonbarreto49@gmail.com
viernes, 10 de febrero de 2012
Turista
Tenía grandes ideas pero andaba en crisis, llevaba meses sin pintar nada que valiese la pena. Su expresionismo abstracto había entrado en una etapa algo tenebrosa. Un largo y tenso periodo de sequía en su cerebro le llevó a investigar que a veces las nubes sembradas con yoduro de plata conceden la lluvia. Por lo tanto, necesitaba un revulsivo. Algo que hiciera renacer.
Consiguió los euros necesarios y se apuntó en un viaje, uno de esos paquetes turísticos que en verano son consumidos por millones.
Moverse era la solución. Ir de acá para allá calma las neuras, otorga sensaciones nuevas.
El globo terráqueo era, a fin de cuentas, una pequeña bola en la que no paran de revolverse muchos saltamontes.
En su captura de maravillas comenzaría por el Coliseo de Roma y el Partenón. Al llegar ante tan venerables escenarios le decepcionó el deterioro de sus estructuras y la cantidad de grúas, andamios y restauradores que en apariencia no son capaces de restaurar gran cosa.
Italia y Grecia eran un montón de ruinas, igual que su vida.
Pero incluso tras las mayores catástrofes, la naturaleza consigue recuperarse.
Por eso cuando conoció a la guía de las excursiones opcionales sintió un nudo en la garganta.
-Hola a todos. Me llamo Eirini, en español se diría Irene y significa paz.
Quedó anonadado: su musa cambiaba con frecuencia de aspecto. Pero, mirándola fijamente, se dijo que tenía que ser aquélla. Así que no lo pensó más, y se dirigió a ella con el tono más amable de su voz.
-Me apunto al crucero por el Egeo con la condición de que usted acepte ser mi invitada.
Estaba condenado a ver que a su lado la belleza se esfumaba una y otra vez. Para aliviarse, se lanzó a filosofar sobre el vertiginoso y cruel mundo que le había tocado vivir, en el que nada es lo que aparenta ser. Le propuso contratarla para que fuese su modelo, pero al instante ella se convirtió en la Venus de Milo, le impresionó el sereno desafío de su rostro, la sensualidad de su figura, los pliegues del manto que cubría su pubis. Pero, claro, era una pena que tuviese los brazos amputados.
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