martes, 15 de diciembre de 2020

4 microrrelatos de Carmen de la Rosa (Tenerife)

 

Convivencia

Aquella tarde papá regresó a su tumba entristecido.

Al día siguiente depositamos bajo su lápida un ramo de gardenias, sus flores favoritas, y le pedimos perdón en voz alta.

Aquella noche fingimos asustarnos cuando apareció, fosforescente, flotando en la oscuridad del pasillo. Mamá volvió a dormir en su lado de la cama de matrimonio y papá, en el suyo. Colgamos de nuevo sus camisas en el armario y nadie, sino él, ha vuelto a sentarse en su silla a la hora del almuerzo.

Desde entonces papá solo regresa a su tumba muy de vez en cuando, casi toda su muerte la pasa en casa, con nosotros.

Hibridación

En junio, mientras regaba las petunias, aterrizó un ángel en el jardín. Aunque mis padres me habían advertido contra ellos, a mí no me pareció tan fiero, y como hacía calor, lo invité a refrescarse en el jacuzzi. Él plegó sus alas, se despojó de la túnica y me tendió su mano. Nos bañamos juntos hasta que cayó la tarde.

Una madrugada de agosto, desperté y puse un huevo sobre la colcha de mi cama. Luego salí al jardín y lo escondí entre el seto de lavanda. Ahora lo incubo por las noches, mientras mis padres duermen.

Niña sola

Cuando los payasos abandonaron su fiesta de cumpleaños, los niños alquilados para la ocasión volvieron a sus hogares, sus padres partieron de vacaciones en el Queen Mary y la institutriz se retiró a su alcoba en el ala norte de la mansión, la niña sola eligió de entre una montaña de paquetes envueltos en papel de regalo y lazos rosa, un libro de cuentos de hadas y una caja de bombones de cinco kilos.

Leyó toda la noche a la luz de la lámpara de su mesilla mientras se zampaba, uno a uno, todos los bombones, hasta que empezó a subirle la fiebre y se le disparó la acetona. Osciló entre la vida y la muerte cinco días con sus noches.

Aquel fue su primer intento de suicidio.

Muñecas de mamá

Vestidas de rosa, nuestras trenzas bien tirantes, mi hermana y yo tocamos el violín cada domingo en el salón delante de las visitas. Atentas a no desafinar porque entonces mamá enarca sus cejas y nuestros dedos tiemblan, presintiendo otra tarde de encierro en el cuarto oscuro. Después agradecemos los aplausos con reverencias y soportamos los besos de carmín pringoso de las señoras melómanas. Nos retiramos en silencio a nuestra habitación, hacemos los deberes del lunes, nos aburrimos, escribimos otra vez la palabra auxilio en el vaho que empaña los cristales de la ventana. Y cuando cae la noche, arrodilladas junto a nuestras camas, rezamos en voz baja, para que a mamá se la lleve pronto Dios al cielo junto con los abuelitos.

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