martes, 14 de abril de 2020

Naturaleza en acción



Por Eduardo Sanguinetti          Del diario La República, Montevideo

Hay una película del director japonés Akiro Kurosawa llamada «Los sueños de Akira». Son los sueños del realizador. Fue una de sus postreras creaciones, hace ya muchos años. Y lo que yo tengo para mí son sueños de aquellos sueños filmados por Kurosawa, que premonitoriamente advirtió acerca del desastre que se avecinaba, hoy manifiesto en la explosiones de la central nuclear en Japón y sus horrorosas consecuencias, que pueden borrar un futuro calculadamente estúpido, trazado por el materialismo ilusorio, limitado y para pocos.
Había uno que lo recordaré ahora tal y como lo tengo hoy, a tantos años, en la cabeza, con las imperfecciones del sueño. Se ve a una madre con su hijita junto al mar. Desde el horizonte marino, con un cielo de color impreciso, a la madre le llega de pronto la visión de un estallido rojo, como un pequeño hongo rojo. La madre no sabe de qué se trata. Se acerca un hombre que también mira y ella le pregunta qué fue eso. «Estalló una usina nuclear», responde el hombre. «¡¿Y ahora?!», dice la madre. «Ahora… ahora…vendrá una nube color rojo desde el lugar de la explosión que matará a las plantas y a los pájaros…» «¡Oh!, qué terrible», desespera la madre. Entonces se ve avanzar una nube roja desde el horizonte marino que los envuelve íntegramente a los tres. La madre abraza interminablemente a su niña, preguntando al hombre: «¿Y ahora?». El hombre observa el horizonte y responde: «Ahora…ahora vendrá una nube amarilla que matará inmediatamente a todos los seres humanos». Petrificada, muda, la madre abraza a su hijita. La nube roja se disipa y, desde el horizonte, viene otra nube magnífica y bella de densidad amarillenta. «¡¿Por qué?, ¿por qué?, ¿por qué ocurrió esto?!» grita la madre mientras la niebla amarilla los va envolviendo. El hombre reflexiona: «Por una estupidez».
Sí, había ocurrido la peor estupidez. Finales de octubre de 2008. En la Cumbre Mundial reunida en Pekín para tratar el calentamiento global, las naciones ricas impusieron un cambio en la agenda. Decidieron tratar la crisis financiera global. No cómo salvar la vida sino cómo salvar los bancos. No de estrategias para proteger al vasto genoma humano sino de estrategias para proteger las ofuscadas burbujas hipotecarias. No de amparar células sino de amparar títulos de bolsa. En el fondo de la cumbre, sobre el horizonte con un cielo de color indefinido, ocurrió un estallido. Primero avanzó una nube roja, detrás la gran niebla amarillenta. Cubrió a todos los asistentes sentados. Alguien preguntó: «¿Por qué?». Alguien, bebiendo de un vaso de agua en plástico impecablemente higiénico, contestó: «Por una estupidez».
Ya no se trata de otra cosa la suerte de la Tierra. La sensibilidad contra la estupidez. Una pócima de lucidez contra tanta baqueteada ineptitud. La década del 90 ha sido la más caliente de los últimos mil años, pero el dinero salvará la Antártida que, si se funde, el nivel del mar aumentaría 61 metros. Indonesia podrá salvar en los próximos meses las 128 especies de mamíferos y 104 de pájaros al borde de la extinción. Estados Unidos propone recuperar ya no el 11% de sus residuos sólidos (frente al 30 de Europa) sino el 100%. Estamos al borde de otro mundo posible. Brasil reforestará el equivalente a la superficie de Bélgica que deforestó en los años 90. Entre 2005 y 2007 el Artico perdió en hielos, según la NASA, el equivalente a dos Españas. Nunca más. Si el ambiente, si no el campo de relaciones entre la naturaleza y la cultura, de lo material y lo simbólico, del ser como existir y pensar, del saber sobre las estrategias de apropiación del mundo y la naturaleza, es posible intuir que la guerra próxima será definitivamente contra el ambiente.
Estamos en los límites de la racionalidad. El itinerario epistemológico desborda a las demarcaciones antiguas. Una guerra contra la Tierra para beneficiarse de los resultados devengados por salvar a la Tierra. Una Tierra como enemigo luego de dejarla al borde del desastre por omisión de acciones y entonces sí, vencerla, otorgándole un plan Marshall, y convocar a los pueblos para que den todo de sí ­que lo darán­ y que los bancos administren el Plan, iniciando la «restauración» ambiental. Un dislate. Abandonada en la guerra toda esperanza de complejidad, queda la barbarie de una Tierra sin pachamama, sin retornos enriquecidos de muertos y de vivos, de amor matrio.
Argumento que aún no comprendimos las fuentes de la aventura que vivimos. Pero estamos en los bordes. Luego de la explosión de las centrales nucleares en Japón, podemos esperarlo todo desde ahora, lo que no podemos es transigir con tanta criminal estupidez y en silencio el asesinato y exterminio en acto como lo atroz de una tecnología sin límites, ni millones de voces que denuncien con las palabras exactas: crimen, asesinato, exterminio, a lo que asiste mansamente la humanidad toda. Se suman las guerras de diferencia en Libia, Túnez, Egipto, Argelia y las que vendrán, en un marco donde todo lo que deberá ser deshecho será deshecho, sin lugar para el grito, el golpe contra el suelo. La complejidad de los problemas planteados por la crisis en la que se debate el materialismo liberal y sus secuelas mortales en la humanidad que se cocina un porvenir sin huellas, no es reductible a una crisis de burbuja financiera. Pero la gran burbuja reventó y lo que queda es el hombre desnudo.
Nosotros. Hoy y aquí con vida.

No hay comentarios:

Publicar un comentario